viernes, 30 de mayo de 2014

Una historia Alterna- Navidad

Nota de la Autora: Esta es una historia alterna, digamoslo así, un mundo paralelo al de Colores en un Mundo Acromático, usando a de Alexis y Maximilian en otro entorno, con otra historia, demostrando así que las almas gemelas siempre se encuentran, no importa bajo que circunstancias.


24 de Diciembre... las personas normales estaban reunidas alrededor de una gran mesa, felicitando a los familiares, festejando la nochebuena, pero el no, el estaba acostado en un banco de Central Park, con la mirada perdida en el espacio y la nieve rozando sus mejillas, obviamente estaba drogado y la prueba de ello estaba en su amoratado brazo del que pendía un hilillo de sangre, por la fuerza con la que se había clavado la jeringuilla.....
Cerró los ojos, aquella droga siempre enfrascaba su cerebro en recuerdos felices, cuando era pequeño, y jugaba con su hermano, su madre, su padre... ¿que dirían ellos si le viesen así?... perdido y sin remedio, con la gente pasandole al lado y mirándole con desprecio, después de todo, él había pasado a ser escoria de la sociedad... uno más de lo tantos drogadictos sin cerebro... no sabían del talento del chico para escribir, para componer música y ejecutarla...¿ quizás alguien sabría lo que pasaba por su corazón?..
Entrar no había sido difícil  de hecho no había sido siquiera intencional, todo empieza con un "es solo una probada, anda" y termina con un pase solo de ida a un pozo sin fondo, en donde todo es oscuridad y mucha sed... sed de aquello que poco a poco te destruía...

Sentía su cuerpo liviano, y estaba vestido como cualquier joven de su edad, pantalones de mezclilla, bolcegos, una camiseta de mangas largas con el dibujo de un lobo aullandole a la luna, y en una de las mangas podía verse la mancha húmeda de sangre y un abrigo grueso grande encima.

Escuchó la sirena de los bomberos a lo lejos, seguramente a algún infeliz se le había prendido fuego el árbol.... suspiró... y estiró su mano, dejando que las lagrimas se deslizaran por sus mejillas... la nieve era tan blanca, su madre adoraba los adornos blancos del árbol de navidad, tenían un suave tornasolado y ella las ponía con mucho cuidado.... y ahora negro... todo se volvía negro, y le costaba mantener los ojos abiertos....

Maximilian suspiró mientras dejaba que la nieve refrescase su rostro luego de haber enfrentado las llamas de un pequeño bar en llamas, del cual tuvo que rescatar a un par de solitarios hombres, que habían ido a festejar la nochebuena con su amigo, el barman, el incendio fue controlado,claro, eran bomberos expertos y a pesar que el recien estaba en entrenamiento, no había dudado en internarse en el fuego para sacar a los señores....
Rechazó gentilmente el ofrecimiento del paramédico de llevarle en la parte de adelante de la ambulancia para que no tuviera que caminar, prefería hacerlo, algo le decía que era una hermosa noche para caminar, a pesar de estar lejos de su casa, su hogar, estar en un país extraño, en un lugar desconocido para él, en nochebuena... algo le dijo que caminase... por el parque.
La nieve empezaba a caer más espesa cuando pudo ver un bulto... corrió hasta la banca, para ver a un joven con rasgos medios asiáticos, y de un cabello de una bonita tonalidad castaña rojiza ... parecía un príncipe durmiendo profundamente, aunque con tristeza vio en el suelo una jeringuilla con un poco de sangre.. señal de que aquel chico, aquel bonito chico había caído en uno de los vicios más peligrosos y destructivos...
-... que has hecho..- murmuró suave, por impulso se inclinó y acarició su mejilla, el corazón del bombero era demasiado grande, demasiado dulce como para dejarle ahí, sin conocerlo, sin saber siquiera su nombre, le cargó con cuidado , llevándolo al hospital.

Alex despertó suavemente, estaba en la camilla del hospital y con un antojo terrible, no de alcohol, no de más droga... sino de fresas.. fresas con crema... o un yogurt de vainilla... o mejor aun un helado enorme de muchos sabores... no sabía por que, en medio de sus alucinaciones, una tenue calidez, que contrastaba con el frío del invierno, le envolvió, una calidez con olor a fresas y vainilla....
No supo quien había sido su salvador de morir congelado en el parque, y que gracias a él, le metieran en un programa de rehabilitación, no recordaba nada, salvo ese perfume a vainilla y fresas...y esa hermosa sonrisa... si , ahora lo recordaba bien... una sonrisa, unos ojos amables en un rostro ... era su angel de la guarda?... parecía, porque en aquellos minutos de conciencia, ese ángel le había hecho prometer que se dejaría ayudar.. que saldría adelante ... sonriénodole, todo lo que necesitaba Alex para seguir adelante era una sonrisa dulce y calida...

Pasaron los meses, llegó el verano, Alex había ingresado a la universidad, a la carrera de psicología, vivía en un bonito departamento que pagaba gracias al trabajo que había conseguido como guitarrista y compositor en una banda principiante y escribiendo algunos artículos para una revista y regresaba luego de unas vacaciones reparadoras en comidas nutritivas y cariño en la casa de sus padres.
Entonces paseando por el parque, aquel perfume que había marcado un antes y despues de su vida, que había sido la pequeña luz dentro del pozo y una cuerda jalándole al exterior, regresó, con toda su intensidad...
Siguiendo aquel aroma dió con uno de los típicos puestos de verano, de medio tiempo que los estudiantes trabajaban para tener un dinero extra para la universidad, encontrándose con un moreno, de sonrisa dulce , mirada limpia , inocente, luminosa ...
Se acercó despacio y el estomago le rugió un poco, por lo que esperó en la cola y cuando fue su turno, su mirada se cruzó con la del joven...
Fueron dos segundos de completo silencio entre ambos, luego el chico le preguntó con una sonrisa que deseaba llevar y sin dudarlo Alex pidió un helado de vainilla y fresa...la suave caricia que el chico le dejo en sus dedos cuando le dió la copa de helado no le dejó duda alguna, ese chico era su angel salvador... por lo que, en silencio se quedo comiendo su helado, sentado en una esquinita del puesto sobre una silla alta, hasta que el chico despachase al último cliente y le mirase, con esa fulgaz alegría sana, con esos ojos brillantes y esa bonita sonrisa se acercó.
-... estas bien?- le preguntó casi tímido, Alex sabía que trataba de buscar un poco de charla por lo que sonrió y asintió tendiendo su mano ...
-Soy Alexis...-
El chico le estrechó la mano mirandole a los ojos.
-Alexis mm?... mi nombre es ...-
-Maximilian- respondió Alexis antes de que el otro lo dijera - Se quien eres...-

Aquello fue el comienzo de una hermosa amistad, todo el verano y parte del otoño Alex iba día a día al puesto de helados, y charlaba con Maximilian, enterándose así de que aquel chico en realidad era bombero, pero hasta terminar el entrenamiento y pasar la prueba trabajaba medio tiempo en el puesto de la heladería... gracias a ese trabajo, su ropa y piel quedaba impregnada con un fuerte olor a vainilla y fresa , perfume que, en secreto hacía que Alex se derritiera por dentro.
El otoño dio paso al invierno, a que Max se convirtiera en todo un héroe más del departamento de Bomberos y que, en sus ratos libres, siguiese trabajando en la heladería, nada más por el placer de ver a las personas felices...
Llegó la nochebuena, y planeandolo con un mes de anticipación, ambos jóvenes se reunieron para cenar, solos ellos dos... hacía exactamente un año que se habían conocido o bueno Max había rescatado a Alex ... y aunque solo eran amigos, ambos sentían cosas demasiado grandes, fuertes e intensas por el otro.. cada abraso, cada caricia en la espalda, cada secreto confiado, cada deseo y cada temor eran atesorados en un baúl en el fondo de sus corazones.
Luego de la cena, entre risas, anécdotas y demás cosas, llegó el clásico abraso navideño, ese que se dan en familia, a las doce en punto con un brindis, pero, solo iluminados por las coloridas lucesitas del árbol de navidad , aquel abraso fue acompañado de un beso, el primer beso que ambos deseaban dar desde hace mucho tiempo, uno lleno del más cálido y puro sentimiento, que conmemoraba esas fechas... el amor...

-Gatito...- susurró Max sin dejar de abrasarle...
-¿Si mi lobo?-
-Te quiero... no... te amo.. te amo Alex... -
Alex sonrió, lo sabía, lo sentía, fue el amor de Max lo que le había salvado de aquel pozo oscuro y fulminante...
-Te amo Maximilian.... más que a nada en el mundo....-

Esa fue la primera de muchas navidades juntos, comprendían que eran dos almas, destinadas a estar juntas, que la vida, el destino, o algo les había guiado uno al otro, y los guiaría siempre que se separasen.. pero no deseaban hacerlo, se amaban demasiado como para pretender separarse nuevamente...







jueves, 29 de mayo de 2014

Convocatoria

Symbolicus Editora esta preparando una interesante convocatoria


Te interesa? puedes enterarte de más visitando la Fanpage de la Editorial

martes, 27 de mayo de 2014

Los Ojos que te Da el Corazón


Jack y Dan son pareja desde muy jóvenes, empezaron a salir cuando ambos tenían 15 años, con todo lo que ello conllevó, el despertar hormonal, el descubrir su preferencia sexual, el sentirse atraído y aceptar los sentimientos del otro . Eran una pareja común, salían al campo, al centro comercial, iban de excursión con sus amigos, y a las discotecas a bailar. Hacían planes juntos, pasaban días buenos y días malos, sentían inseguridades, discutían, se daban cuenta cuanto se amaban y necesitaban, se reconciliaban, evolucionaban como pareja día a día. Había algo de lo que Dan estaba orgulloso, y eran los ojos de Jack, de un verde intenso, y de expresión dulce y muy brillantes, pero lo que más amaba de su pareja, era como el mundo fascinaba a Jack a través de todo lo que veía. Jack es diabético, y por su problema de salud, perdió la visión total de sus ojos a los veinte años , algo que no estaba en los planes de ninguno de los dos y por supuesto Dan se sentía morir… ¿Cómo podía amarlo Jack si no podía verlo? , era un pensamiento que le abordaba cada noche desde que el mundo se apagase para Jack. Luego de un tiempo de este planteo, en donde Dan día a día entristecía más por la nueva condición de su amado, Jack podía sentir la tristeza de su amado y como buena pareja, como alguien que realmente ama a otra persona, insistió hasta que Dan confesó sus temores… Cuál fue su sorpresa al ver que su amado no vidente sonreía y le abrasaba, le acariciaba las mejillas de forma lenta, memorizando así cada facción de su rostro con sus dedos, sus nuevos ojos en aquel mundo extraño , mientras le besaba suavemente. -No puedo verte, es verdad…- murmuró contra sus labios de forma tierna, como siempre hablaba cuando consolaba a Dan – Pero he aprendido a amarte de una forma que jamás habría sospechado, no necesito ojos para sentir que te amo y también para sentir cuanto me amas Dan…-

La Silenciosa Melodía del Amor


… Nathe es un chico de diesinueve años, acaba de terminar la secundaria y quiere ingresar a la facultad de filosofía. Sus ojos son de un bonito color almendra y su cabello es rubio ceniza, mide un metro setenta y ocho de estatura, le gustan los animales, y ama a su perro Pepe. Nathan sin embargo no es como los demás chicos de su clase, ya que en su mundo el sonido no existe, y tampoco nadie ha escuchado nunca lo que podría haber sido su hermosa voz…Nathan es sordo y como nunca aprendió a vocalizar, también es mudo. Quizás para muchos y muchas, la ilusión y la imagen que se habían creado de Nathe se vino abajo en cuanto mencione su lado... no tan perfecto, su discapacidad, lo que lo diferencia del resto, sin embargo, para alguien, él es el ser más perfecto del mundo, y es, su pareja Sam. Sam no se fijó que Nathe no podía hablarle, ni tampoco oírle, sino en aquella maravillosa conexión que surge cuando el amor se hace presente, esas cosquillas en el estomago, esa sensación de flotar en el aire … Nada, ni siquiera la pérdida de un sentido podía hacer que Nathan dejase de ser perfecto para Sam, que irónicamente, es músico. ¿Que si Nathe y Sam no pasaron por momentos difíciles? Muchos, las inseguridades de Nathe al tener un entorno que no parecía comprenderlo ni apoyarlo, los momentos en los que la impaciencia le ganaban la partida a los nervios de Sam , los prejuicios, las constantes condenas de un sector cerrado de la sociedad, las limitaciones de Sam le impedían conseguir un trabajo decente para pagar sus estudios y el miedo constante de que los problemas terminasen por superar el amor que se tenían… había noches que parecían eternas, pero siempre sale el sol cuando hay amor.

Más Allá de los Sentidos



Nuevo proyecto de una serie de cuentos cortos relatando difentes historias de amor entre jovenes hombres tratando de superar la barrera social que les pone el padecer una discapacidad.

lunes, 26 de mayo de 2014

El Pacto - Uta no Prince Sama , Mundo Alterno (Ren x Masato) - +18

El Pacto

En las afueras de aquel pueblito, en la época de las cruzadas, un joven príncipe se hizo con un libro, un libro prohibido, escrito con puño y letra de un viejo mago, y usando como tinta, la sangre de una joven doncella virgen, sacrificada en una noche de luna llena en nombre del señor de los avernos.
Se adentró en el bosque, en aquellas tierras occidentales que poco conocía, hasta dar con aquel castillo abandonado, en donde llevó a cabo el más grande de las invocaciones, aquella que llamaba a ni mas ni menos que al mismísimo ángel negro, el primer rebelde, y señor de todo el reino de las sombras…
El joven príncipe, con sus cabellos lacios de color azul y sus ojos lilas, se quedo helado, cuando, desde el centro del pentagrama, surgió aquella imponente y hermosa figura, ojos azul cielo, pero de mirada fría y orgullosa, y sus cabellos rubios estaban adornados con unos grandes cuernos negros, y por supuesto, las alas de negro plumaje que  se alzaban majestuosas tras su espalda, completando la digna figura de monarca infernal.

-Un humano…- murmuró con su gélida y sensual voz, pero con una sonrisa divertida en sus labios, tomando la mano del muchacho y arrodillándose, en una parodia burlesca del mismo trato en el que los hombres trataban a las personas como el joven- mi bello príncipe Masato…- murmuró mientras se la besaba , dejando en la piel del chico, una sensación de calor por donde sus labios rozaban – cual es la razón de tu llamado?-

La impresionante apariencia del demonio había dejado sin habla al muchacho por unos segundos, porque realmente, no creía que realmente fuese a funcionar aquello, y ahora, al ver a semejante entidad, temida de sobremanera al igual que todos sus seguidores y sobre todo, con ese contraste de oscuridad y belleza, que lo hacía irresistible para cualquier hombre o mujer que existiese en a tierra.
Más no dijo nada, hasta que el demonio se incorporó de nuevo, con esa sonrisa felina, y sus ojos fríos, mirándole como si estuviese premeditando mil y un maneras de divertirse con el muchacho, aunque claro, sabiendo quien era el señor de los avernos, sus mañas y su famosa maldad sin piedad, no podía presagiar nada bueno.
- Has decidido, hacer pacto con el rey de los caídos, señor de los demonios y gobernante de las sombras- habló suave en su oído
Masato podría haber jurado, que no existía vos mortal, más sensual y aterradora que la de aquel ángel negro, sus piernas temblaron con el solo susurro en su oído, y el brazo fuerte, que, se había enredado en su cintura en menos de un segundo , pegando su cuerpo al del ser oscuro, dejándole notar su calor, un calor palpitante que hacía que su propio cuerpo se pusiese a danzar al ritmo de ese suave golpetear, haciendo que su corazón latiese con más fuerza aún.
- Los pactos, con demonios, son peligrosos su majestad- pronunció la última palabra con un pequeño dejo de burla – El precio por mis favores, es tu alma entera, una vez hecho el pacto  me pertenecerás, en cada segundo de tu existencia…- le acarició la mejilla, como un tierno consuelo con doble intención – a cambio, tendrás, el poder de tu nación, la sabiduría para reinar hasta el fín de tus días , en donde, regresarás a mi, como parte de mi harem personal…-
Pasó su lengua por la piel del cuello del peliazul de forma lujuriosa hasta llegar a su oído nuevamente y volver a susurrar.
-Agradece que eres el humano más bello que he visto desde hace mucho tiempo y por ello te hare parte de mi eden infernal-
Las emociones de Masato eran encontradas, por un lado, no podía dejar de ver ese hermoso rostro y sentir que podía perderse una y mil veces en esos ojos,  y por el otro lado, la idea de un infierno luego del poder en vida, se le hacía aterradora… aunque si era junto a aquel hermoso demonio….
-No quiero poder- murmuró suave sin dejar de mirarle- yo… solo quería saber… si podía invocarte…-
Eso pareció enfurecer al demonio, que soltó al muchacho  arrojándolo al suelo, abriendo sus alas mostrándose cuan majestuoso era.
-¿Osaste invocar al rey de los Infiernos solo para mostrar tu valia? Tu, pequeño e insignificante humano tratando de calmar su sed vanidosa!-
Movió su mano y las sombras bailaron por  toda la sala, sujetando al peliazul con fuerza, con las manos extendidas y sus piernas en alto, dejándolo completamente vulnerable mientras se acercaba.
-Solo por eso, te hare mío de todas formas- con un solo movimiento de sus garras,  rompió la pechera del traje del príncipe y sus pantalones, dejando marcas rojas en aquella piel blanca y suave, que hizo que el rubio demonio se relamiese lleno de deseo.
El chico se debatía, su orgullo le impedía entregarse a aquel ser de forma pasiva, y más que nada, porque aquello amenazaba con terminar su vida, justo momentos antes de haber encontrado un motivo por el cual vivir.
-¡Dejame!- replicó pero pronto se quedo sin habla, cuando lo que parecía iba a ser un tacto rudo, hosco e invasivo, fue una dulce caricia, que le hizo estremecer por completo, gemir sin control y sobre todo, perderse en esos ojos azules y fríos que le miraban fijo, mientras las manos del demonio recorrían con dulce lujuria su pecho, deteniéndose en sus pezones rosados, para besarlos y lamerlos, arrancando más gemidos y jadeos necesitados del príncipe.
- Mi dulce y travieso Masato…- acarició sus labios y con un rápido movimiento de sus garras, rompió sus pantalones , deleitándose con la esbelta figura del peliazul y sin perder más tiempo, empezó a acariciar la entrada de su intimidad, rozando sus suaves dedos contra ella mientras que sus sombras se ocupaban de masturbar el miembro de su joven víctima – mmmh se te siente tan caliente mi príncipe, eres virgen ¿verdad?- hundió sus dedos en aquella íntima cavidad y empezó a moverlos al ritmo que sus sombras se movían sobre el pene de su víctima – claro que lo eres…-
Masato se sonrrojó al sentir los dedos del demonio en su interior, al principio quiso zafarse, a pesar del éxtasis al que lo tenía sometido, y aquellas declaraciones, casi burlescas sobre  su nula experiencia en el sexo, no ayudaron a que se relajase
- Haa mmm… de..dejame!... eso a ti.. n…no… - trató de poner resistencia, pero aquellas sombras, con un tacto casi aterciopelado, y los dedos en su interior , moviéndose de forma provocadora, arrancándole jadeos cada vez más fuertes, hasta convertirlos en gritos de placer, anunciando un próximo orgasmo que nunca llegó, puesto que las sombras se habían enroscado de tal forma en su erección, que le impedían correrse, más las sensaciones no paraban, los roces y los dedos de aquella criatura ancestral entrando y saliendo, con un obsceno ruido húmedo.
-Mira majestad- el rubio demonio sacó los dedos del  interior del chico para lamerlos- estas tan húmedo como una doncella en su noche de bodas….
-N..no digas esas cosas! Haa!! Mmmh- las sombras seguían masturbándolo pero no le dejaban correrse, provocando que su cuerpo se tensase, y casi rogase por poder terminar – Por favor.. dejame.. mh… dejame….-
- Crees que voy a acceder a tu pedido mi lindo concubino? –
Aquellas palabras, causaron sorpresa, temor y un enorme jadeo de pena por parte de Masato
-Que!? No haaa mmmh…. ¿Como.. Que concubino? -
El demonio sonrió divertido y pícaro, tomo la mano del chico , y con su garra tatuó en su dedo anular izquierdo un estrella de cinco puntas invertida.
- Desde ahora, te tomo como uno de mis esposos, y este, es nuestro pacto- le tomó del mentón y le beso, con la sensualidad digna del señor de los pecados, mientras que las sombras jalaban las piernas del chico , dejándole abierto y expuesto, listo para ser poseído por el rey de las tinieblas.
Más el joven príncipe no pudo más que gemir, necesitado y expectante, poco le importaba pertenecer a aquel ser infernal si con ello podía sentirle adentro, todo su cuerpo lo deseaba, y su entrada palpitaba deseosa, al sentir como la virilidad del demonio se rozaba  insistente, jugando, tentándole, mientras sus lenguas danzaban en un fogoso beso , y sin más preámbulos, le penetró, de un solo golpe, siendo así uno con su nuevo esposo.
- Haaa!!! Ren!!!- Masato gritó aquel nombre prohibido, arraigado en el fondo de su corazón, el nombre de su difunto amor, y que, la cruel paradoja , se parecía al demonio. – Te Amo! Ren!-
Lucifer sonrió, claro que sabía hasta el más oscuro secreto del corazón de Masato, incluido ese amor ciego que tenía por el muchachito rubio que ya no caminaba por el mundo de los mortales, y cuya forma había tomado para presentarse ante Masato.
- Mi dulce Masato- volvió a besarle, mientras empezaba a embestirle de forma firme, brutal, sosteniendo al chico con sus sombras para poder entrar en lo más profundo de él, mientras sus manos no dejaban de acariciarle, sus costados, su bella cintura, su pecho y sus sensibles pezones, los cuales alternaba su tortura con besos, mordidas y pellizcos, hasta que su propio cuerpo se empezó a desbordar de placer, con cada gemido, cada grito de su joven amante, con verle perder la cordura en sus ojos, y sus mejillas rojas, por el placer y la pena, de ser tomado por primera vez
- Mi dulce Masato- susurró sensual en su oído, mientras sus sombras levantaban las piernas del chico, permitiéndole poder besarle de la forma más apasionada jamás conocida , arrancándole el aliento – tan bello, y ahora mio!-
Clavó sus garras en la espalda y caderas del príncipe, mientras que el joven, preso de la excitación en su púnto máximo, se aferraba a su espalda, enredando sus dedos en sus suaves plumas negras mientras su cuerpo por fin era liberado para poder llegar al éxtasis.
- Haa.. ¡! Haa! Re..Ren! te amo!!- no paraba de gritarlo, con su bella y dulce voz, y eso pareció suficiente para avivar todo el cuerpo de su nuevo dueño
- Masato! –le beso , de forma feroz mientras daba una ultima y poderosa estocada en el interior del otro, derramando su esencia caliente a borbotones, al punto de escurrirse por los muslos del chico y gotear en el suelo, mientras que sentía como el semen del joven manchaba su mano, su vientre y parte de su pecho- Mi hermoso Masato- le beso de forma tierna, mientras sus sombras, que antes habían sostenido con fuerza al príncipe, ahora lo sujetaban de forma gentil , permitiéndole abrasarle, y marcar sobre el corazón del chico el símbolo de su pacto.
Su semilla seguía escurriéndose, y por donde las gotas , blancas y rojas, por la sangre de Masato , empezaban a brotar hermosas enredaderas de rosas negras y escarlatas, creciendo a una velocidad vertiginosa.
-Ren…- Masato acarició la mejilla del demonio – por favor, déjame llamarte Ren…- suplico agotado, por haber hecho el amor de forma tan salvaje y también por todas las emociones vividas.
Lucifer, ahora Ren, sonrió y le beso de nuevo, pero fue un beso casto, un roce de labios mientras salía de su interior y le recostaba en el colchón de rosas que se había formado bajo ellos
- Entonces, llámame Ren- se recostó a su lado, en aquel lecho de pétalos y uso una de sus alas para abrigarle, dejando que se acurrucara en su pecho- Descansa …-
No, no sabía por que demonios había aceptado convertirse en Ren ahora, ni por que se quedaba a su lado, cuando la tradición marcaba que una vez terminada la faena, se retiraba…

Pero por alguna razón, su deseo en ese momento, era permanecer junto a aquel joven humano, verlo dormir sobre su pecho, y sentir como conservaba el calor bajo su ala.

- Buenas noches mi dulce príncipe de las tinieblas- 

Colores en un Mundo Acromático: El Gato del Sol y el Lobo de la Luna

Quizás las cosas siempre se dan por algo... siempre ocurre algo que marca un antes y un después en tu vida ¿verdad?... hay algo que hace que sientas que el corazón late fuerte, que veas el mundo con otros ojos... de hecho, lo que me ocurrió fue que salí de mi mundo, mi pequeño espacio cerrado para descubrir algo intenso, maravilloso, infinito, como solo puede llegar a ser el amor…
Yo suelo llamarlos giros del destino, y fue aquella hermosa tarde de otoño que tuve mi gran giro del destino, en el que por primera vez en mi vida, fui consciente de toda la belleza que me rodeaba en el mundo…

Mi nombre es Alexis, tengo 18 años y voy a terminar la secundaria este año y a empezar mi carrera como escritor profesional…  cuando conocí a Maximilian, mi giro del destino…

El Gato del Sol y el Lobo de la Luna: Alexis, es un joven gruñón aspirante a escritor enamorado de Maximilian, un dulce muchacho bonachón y el entorno social en el que se desarrollan... Alexis deberá aprender a abrir su mundo hermético para dejar entrar a su sol, y que su vida deje de ser una eterna noche... una hermosa historia de amor, con algunos toques humoristas a mano de nuestro Gato de la Luna


El Violinista Maldito

¿Cuando fue la ultima ves que observaste el intenso color de una flor? y el cielo azul?.. cuando fue la ultima ves que un color no solo entro por tus ojos sino que se mezclo con tu alma?...

Mi vida podría haber sido catalogada de sencilla aunque tampoco fue estándar, mis padres murieron cuando yo era muy pequeño y quede a cargo de una tia soltera que trabajaba todo el día. 
Criándome en soledad y acostumbrándome a ella, empece a perder la noción de los colores, de la felicidad, no es que no fuera feliz con mi tía, sino que simplemente mi vida había caido en una eterna rutina. Levantarse todos los días a la misma hora, recorrer los mismos caminos, ver a las mismas personas , los mismos lugares... Todo aquello había echo que, perdiera la emoción por vivir, limitándome simplemente a ello, a la rutina.

Lo único que mas o menos me parecía emocionante, eran mis clases de violín, desde pequeño estudio música en general y cuando mis padres murieron, rogué a mi tía que me dejase seguir con las clases, a lo que ella accedió de buena gana, la buena mujer solo quería verme feliz. 

Ahora con diecisiete años, el camino al instituto de música es parte de mi rutina semanal, aunque me la sé de memoria, el paisaje para mi se volvía.. insulso, edificios, autos, la vereda, lo único que variaba era el contenido de las vidrieras a medida que pasaba el tiempo.

Entonces fue cuando lo vi, o mas bien mi mirada se cruzó con una purpurea intensa, dulce y penetrante, no pude ver bien su rostro porque aquel color me había paralizado unos segundos, hasta que la bocina de un auto me saco de mi trance.. me había parado en medio de la calle petrificado con aquella mirada y el auto apenas si logro esquivarme , dejándome como recuerdo un bocinazo y un par de insultos .

Corrí hasta la otra parte de la calle, y a pesar del susto sonreía como un idiota.. Entre corriendo a mi clase de violín y mi mente no podía dejar de pensar en esos hermosos ojos, y en su dueño o dueña, me había enamorado, si enamorado profundamente de esa mirada... hasta la música ese día parecía nacer mas bella de mi viejo violín, sonreía y sentía algo cálido nacer de mi, era felicidad, si felicidad, como un respiro de aire puro luego de años de encierro...

Cuando salí, el atardecer teñía los conocidos edificios de un naranja intenso a medida que el cielo azul oscuro se imponía . Camine a casa con un par de compañeros, que hablaban de un campamento el fin de semana, por regla general yo no iba, digamos que la naturaleza no me llamaba, pero esta ves, acepte.. La brisa primaveral, el sonido de la música aun envolviéndonos me hacían sentir como una nueva persona.. y sobre todo...


Mi mundo acromático habia tenido una explosión de vivos colores
Sebastian un estudiante de secundaria y prestigioso violinista, nos cuenta como su mundo rutinario y gris se llena de colores al enamorarse de otro chico, pasando por momentos felices y otros no tanto hasta encontrar el verdadero amor.


Travesías de un Mago Enamorado -2-

Siempre viajando hacia el oeste, Sael se había convertido en un amante de la noche, sus ojos azul profundo habían adquirido ese misterioso brillo del ocaso, el éxtasis del sol antes de despedirse con sus ultimos rayos y el renacer de las estrellas , todo ello se reflejaba en los ojos del príncipe...
Llegó a la primera ciudad, y por una milésima de segundo vio aquel cordel rojo que debía seguir, y al caminar apenas un poco por unas calles de piedra, se encontró con un joven, parecía desolado , sus ojos estaban sin brillo alguno y su mirada perdida en la nada, su rostro, que en algún momento debió de ser muy atractivo, ahora presentaba un enfermizo color tiza, que resaltaba aún más las abultadas ojeras purpuras bajo sus ojos.
Estaba acariciando suavemente un gato negro en su regazo.
Antes de que Sael pudiera acercarse más, un campesino que pasaba por ahí le detuvo.
- No se preocupe joven viajero, el joven no tiene salvación...- hizo gesto para que se acercara más- El chico ha hecho brujería negra, y lo ha perdido todo, incluso la cordura... no ha hablado desde que el sacerote del lugar, ha echo el ritual de purificación....-
Sael frunció el seño, y apretó un poco su fiel báculo, ignorando la advertencia del buen hombre, Sael se acercó al joven , el gato ronrroneó suavemente, pero el chico no dio muestras de enterarse que alguien más le observaba con mucho interés. Solo seguía ahí, acariciando al felino , mirando hacia los árboles del bosque....
- Mi nombre es Sael....- se arrodilló a su lado , sin poder evitar pensar en Aimir... ¿que sería de su amado pequeño?... - Puedes confiar en mi...-
Puso la mano sobre la del chico, y eso pareció sacarlo de su trance.
- Azrael...- gimió en voz baja y por unos segundo, Sael pudo ver como se humedecían los ojos del chico, al tiempo que tomaba a su mascota, abrasándola contra su pecho y salía corriendo de ahí, metiéndose en una casa, una de las más grandes de hecho.
- Bienvenido joven príncipe Sael! - una atronadora voz hizo que se girara, mientras un hombre de gran tamaño , vestido con una túnica blanca y detalles en dorado, se le acercaba con una sonrisa de oreja a oreja - Bienvenido al pueblo de Shehaquim, el pueblo de la abundancia, mi nombre es Zefón, el sacerdote Zefón
Sael hizo una educada inclinación de cabeza, para luego dirigir su mirada a la casa donde el joven se había escondido.
Zefón, percatandose de esto, le puso una mano en el hombro.
- Ese niño no tiene remedio...- suspiró con pesar- ha hecho pacto con nada más y nada menos que el terrible Azrael, el ángel negro que habita en los bosques..-
-¿Ángel Negro?-
Zefón volvió a suspirar.
- Si, me temo que ha vuelto loco al chiquillo, y que ningún ritual de purificación puede salvarle...- el sacerdote se secó el sudor de su frente mientras jalaba a Sael hacia la posada- Es tarde, y no es seguro atravesar el bosque, quien sabe que clase de peligro podrían estar acechando en las sombras....-
El joven no dijo nada, solo miró de reojo, como el hilo rojo , que antes le había guiado hacia el extraño chico, se aparecía ahora, como un destello , hacía una silueta, de lo que parecía ser un hombre apoyado en uno de los primeros árboles que estaban en la entrada del bosque.
Usando un hechizo para paralizar el tiempo por unos segundos, Sael pudo librarse de la charlatanería incesante de Zefón, y siguió aquel rastro, pero cada vez que parecía acercarse a la silueta, esta se movía y se alejaba, solo un poco , lo suficiente como para que Sael siguiera viéndolo, y una vez llegados a un claro del bosque, la silueta se detuvo y dejó que el príncipe le diera alcance.
Sin duda, no era humano, o no lo era del todo, alto y esbelto, su espalda estaba decorada con un hermoso par de alas negras, y su cabello rubio caía desmechado en su rostro.
-... ¿Así que eres tu quien estaba hoy con mi pequeño he?- le miró con desdén, pero sin agresividad alguna, y entonces Sael comprendió, que esa criatura, no podía ser maligna, sus ojos reflejaban una dulzura casi inocente.
- ¿así que eres el ángel caido que le ha dejado así?-
Esas palabras parecieron ofender al otro.
- ¡Que tenga alas negras no quiere decir que sea un ángel caído! - reclamó - Y yo no he sido el que le he dejado así! Jamás.. jamás le haría daño a mi pequeño príncipe... -
La voz de Zefón se escuchó a lo lejos, buscando a Sael.
- Si quieres saber lo que pasó con Alexiel... ven mañana, y trae manzanas!! y algo de miel...-
Y antes de que Sael pudiera decirle algo, desapareció en un abrir y cerrar de ojos.
El príncipe regresó pensativo con el sacerdote, sin poder evitar que, desde la ventana de la casa más lujosa de aquel pueblito, tímidamente se asomaba un joven abrasando un gato negro...
- Gracias por su hospitalidad- agradeció Sael al sacerdote- De casualidad, sabe donde puedo conseguir manzanas mañana por la mañana?...-

Lo prometido había sido deuda, por lo que al despuntar el alba al día siguiente, el joven príncipe bajó al pueblo, buscando entre los puestos las manzanas más brillantes, perfumadas y grandes que encontrase.
- Manzanas verdes, amarillas, rojas, grandes y deliciosas- el buen hombre que atendía el puesto le mostró los canastos.
Sael iba a tomar unas rojas preciosas cuando una mano pequeñita, delicada, le puso en la suya una manzana verde.
- ¿hu?-
Miró al dueño de esa mano, notando de nuevo esos hermosos y tristes ojos púrpura, decorados por las preocupantes ojeras.
-..¿Alexei?- no dudó en quien era, aquel nombre se había escapado de los labios de Azrael , y eso pareció asustar un poco al chico, aunque no se movió de su lugar solo bajo la cabeza .
-Le... le gustan las manzanas verdes.. y.. la miel...- el gato negro que siempre acompañaba al joven se restregó en el zapato de Sael mientras que el chico se acomodaba su capa y se alejaba
- Espera! Alexei!- pagó las manzanas y corrió tras el chico, pero le perdió el paso
- Olvidelo.... - el vendedor acomodaba la fruta sobre los canastos- El príncipe Alexei no habla con nadie, y cuando lo hace, no es una conversación muy coherente que digamos...-
- Así que es un príncipe ...- miró a la gran casona que se elevaba por sobre las demás - ¿Usted sabe que le paso?
El vendedor guardó unos segundos de silencio, mientras ponía los canastos en su lugar, luego, tomándose su tiempo, respondió
- Se volvió loco, desde que su hermano murió , buscó la forma de traerlo de regreso.... eso hizo que... lo invocara a él... a eso que habita en el bosque... por suerte, el sacerdote pudo salvarlo antes de que ese ser terminase de devorar lo poco que le quedaba de vida y cordura...-
- Ya veo....- Sael miró hacia el bosque y buscó de comprar una buena porción de miel, para sumarle a la canasta de manzanas , una vez equipado con esto, empezó a caminar hacia el bosque, hasta el claro donde la noche anterior había encontrado a Azrael.
Pasaron un par de horas, y la mañana se volvió medio día, mientras que Sael leía uno de los libros de su maestro, y que siempre llevaba consigo.
El medio día se volvió media tarde y cuando el reloj a cuerda de Sael dieron las tres en punto, pudo ver, esos ojos color cielo, asomarse entre el verde follaje del bosque.
- Hueles... hueles a Nox....- cerró los ojos olfateando el aire- estuviste con Alexei verdad?...-
Sael se paró tranquilamente, y puso el libro en la canasta, tomando la manzana verde que el chico le había dado.
- La escogió especialmente para ti....-
El ser alado se acercó tomando la manzana con mucho cuidado, y posó sus labios en ella cerrando los ojos.
- Alexey.... -
Sael se sentó de nuevo en la roca que había usado de asiento mientras esperaba la llegada del otro, tratando de comprender la historia de esos dos...
- ¿Como conociste al príncipe...?-
Azrael le miró y se sentó en el suelo, acariciando despacito la manzana.
- El me despertó- le dió una suave mordida a la fruta - Cuando su hermano murió, el quiso hacer un ritual para pactar, su alma a cambio de su hermano... por suerte logré despertar y detenerle...- miró hacia el cielo sonriendo suavemente - se veía tan solo... y me abrasó llorando, agradeciendo de que fuese yo y no un verdadero demonio , estaba lleno de dolor y de miedo... y era tan hermoso que... yo no pude evitarlo... me enamore... de Alexei...

El relato prosiguió, mientras la tarde daba paso al ocaso, y armado con aquella historia, llena de dulces detalles, Sael ya tenía el panorama más claro.. ahora solo faltaba escuchar la versión de príncipe para resolver el misterio.
Las primeras luces de las estrellas empezaron a adornar el cielo, mientras que el manto de Sael arrastraba algunas hojitas secas mientras que se dirigía derecho a la gran casona que funcionaba como palacio en aquel pueblito, y tocó suavemente la puerta, siendo atendido por una de las jóvenes mucamas de la familia.
-Vengo a ver al príncipe Alexei si es posible…-
La muchacha puso una graciosa cara de confusión, estrujando su delantal con las manos.
-El… el señorito Alexei no recibe a nadie señor…-
- Por favor – insistió Sael, mostrándole una canasta con manzanas verdes y rojas
- Déjalo entrar…-
El gato negro se restregó contra la pierna de la mucama y maulló de forma suave mientras ella se hacía a un lado para que Sael pudiese pasar.
La casona por dentro, era confortable y estaba iluminada por decenas de velas en los grandes candelabros, y los ventanales estaban ya cubiertas por gruesas cortinas color púrpura.
-El…el señorito Alexei, se encuentra en la biblioteca señor…-
- Sael…  Sael Lawrence-
Ella asintió y le llevó hasta la gran biblioteca en donde el joven se encontraba sentado, abrasando al gato negro contra su pecho y con la mirada perdida como la primera vez que se vieron.

La mucama les dejo solos, y Sael se acercó despacio al chico.
- Gracias por recibirme…-
Alexei lo miró con sus ojos vacíos, tristes y acompañados de sus grandes ojeras.
- El no ha sido quien te ha dejado pasar…-
Sael dio un pequeño salto hacia atrás al notar que los labios del chico no se habían movido.
- Por aquí príncipe Sael…- el gato negro volvió a restregarse en su pierna, y esta vez, el joven príncipe lo tomo en brazos, notando que la mascota tenía unos hermosos ojos púrpura.
- Pero…-
- Me llamo Nox , soy el hermano gemelo de Alexei, y quien ha estado dándote todas las pistas para que puedas llegar a Azrael ..-
La boca del gato no se movía, por lo que Sael supuso que estaría hablándole a través de su mente.
- Tienes que ayudar a mi hermano,  o morirá de tristeza …- el gato se bajó de los brazos del príncipe y se subió de nuevo al regazo del muchacho, lamiéndole las manos.
- ¿Podrías alcanzarme esas manzanas?-
Sael tomó la canasta con las manzanas que Azrael había puesto antes de partir, y al sentir el tenue perfume del guardián del bosque, Alexei pareció recuperar un poco de vida, tomando entre sus dedos temblorosos una de ellas.
-Azrael…- su vocesita apenas se oía, y era mucho más baja y suave que la voz que venía sintiendo Sael creyendo que era la suya , al igual que lo había hecho el ángel de alas negras, besó suavemente la manzana cerrando los ojos.
Sael estaba conmovido por aquella dulce anhelo que mostraban los dos ante la mención del otro.
- Las personas del pueblo temen a  Zefón, por eso es difícil que nos ayuden… - explicó el gato mientras el joven moría despacito la manzana – Esta es la única forma en la que Azrael se asegura que mi hermano se alimente -
- ¿Por qué Zefón odia tanto a Azrael?-
El gato le miró y se subió a su regazo.
- Zefón, odia a todo lo que no puede poseer… el fue mi asesino -
- Pero moriste de una enfermedad…-
- Eso es lo que todos creyeron, pero morí envenenado… Zefón dijo que estaba acosado por un espíritu maligno, y simulando hacer un ritual , intentó abusar de mi, y como e defendí, me tomó del cuello metiéndome el veneno a la fuerza, a que si yo salía vivo de ese cuarto, todos sabrían que no es más que un charlatán. Cuando morí, él les dijo a todos que había sido una enfermedad, y Alexei, trató de revivirme, usando el libro negro de hechicería…-
Señaló con su hocico un tomo de cuero negro, escondido entre varios libros de cuentos infantiles.
- ¿El culto al rey del bosque?-
Nox asintió mientras Sael ojeaba el libro.
- Esto no es magia negra…. Es magia elemental…-
Alexei por primera vez se movió señalándole una página en especial.
- El sello de la justicia…-
Sael leyó la pagina estudiando con detenimiento el pentagrama que estaba dibujado.
- Se usa cuando una muerte es injusta, y si bien no puede traerse en forma humana, el alma puede caminar por el mundo de los vivos en la forma de su guarídián espiritual…-
- En este caso, un gato- respondió Nox – La primera vez, Alexei invocó por error a Azrael,y él le enseño como traerme a la vida… Azrael fue su apoyo, su primer amor, y entre los dos nacía una alquimia especial… pero una noche Zefón lo siguió , descubrió que ambos se amaban y arrastró a Alexei a la capilla… pretendió violarlo como a mi pero Azrael lo salvó … su precio por atacar a un sacerdote fue que lo apedrearan y sellaran el bosque para que no regresara, desde entonces, Alexei ha  ido empeorando… -
-Nox, ¿hace cuanto Zefón es sacerdote? -
- Mmm pues  habíamos cumplido once años, así que… hace ocho años creo… regresábamos de la fiesta de nacimiento del heredero de un pueblo amigo….-
Sael palideció .
- Aimir…-
El joven mago se paró deprisa.
- Hay que encontrar a Sefón, el no es un sacerdote…-
Algo golpeo su cabeza, haciéndole tambalear y girarse alerta.
- Así es mocoso… no soy Zefón el sacerdote- se arremangó la manga de la túnica mostrándole  un tatuaje de un escorpión negro rodeado por una corona de espinas .
Sael al ver la marca, se giró rápido tomando a Alexei y poniéndolo tras su espalda
- No vas a tocarlo,  maldita sombra…-
Zefón soltó una carcajada.
- Joven e inocente príncipe Sael, los Sombra tomamos y tocamos TODO lo que se nos de la gana-
Dio un paso adelante y palmeo las manos, creando una ráfaga tan fuerte que los libros salieron volando, golpeando a Sael, quien hacía de escudo de Alexei y Nox hasta que cayó rendido al suelo, más aún así no perdió la conciencia .
- Si te apartas ahora, y me entregas al joven Alexei, te dejaré seguir tu camino , si me enfrentas, perecerás  y de todas formas haré mio al mocoso antes de matarlo…-
Nox saltó completamente erizado pero Sefón con un solo golpe de su mano lo arrojó por uno de los ventanales, quebrando el hermoso vitró.
- Uno menos, faltan dos…- Avanzó hasta Sael, pero unas manitos se cerraron en torno a su cuello, Alexei, débil, pequeño defendía a Sael como podía, haciéndole frente a quien había arruinado por completo su vida.
- Maldito mocoso, ya he tenido suficiente paciencia contigo- le jaló de los cabellos arrojándole sobre un montón de libros y arrancándole la ropa ayudándose con una daga.
- Tan hermoso…- atrapó las manos del chico y las puso detrás de su cabeza acariciando su piel blanca- un poco flaco… pero servirás-
Iba a invadir su intimidad de un solo golpe, burlándose cruelmente de las lagrimas del pequeño, pero entonces, de su boca, empezó a brotar espuma y cayó al suelo, sobre los libros, convulsionando de forma mortal.
- Alexiel….- Azrael dio un salto y le abrasó mientras Sael bajaba su fiel vara, mirando consternado.
- ¿Estas bien?- se acercó a un tembloroso niño que no podía creer que su amado le tuviera en sus brazos, pero, como si se tratase de una mariposa naciendo de una crisálida, los ojos de Alexei recuperaron brillo, sus mejillas color y por fin una hermosa sonrisa adornaba su rostro.
- ahora si…-
Ambos se abrazaron con fuerza fundiéndose en un cálido beso.
- Fue una suerte que lograras romper el sello del bosque ¿he?- Nox se subió a su hombro y frotó su peluda mejilla contra la del joven mago.
- Lo fue, pero fue la fortaleza de Azrael, y el efectivo conjuro de trasferir el veneno del alma al cuerpo mortal, lo que salvó el día…- Sael tomo al gato entre sus brazos  y sonrió aliviado. – Un SOMBRA menos….-
- Y  unos cuantos más por derrotar…- Nox le lamió la mano mientras su hermano por fin recuperaba toda su vitalidad por fin, en brazos de su amado. 

Travesía de un Mago Enamorado -1-


En un lugar remoto, en donde las tierras europeas rozaban el mar Mediterraneo, existía Edén, un pequeño pero hermoso reinado, pacífico y casi utópico, desligado a cualquier religión y política del mundo fuera de los límites de la hermosa tierra, como si fuesen un universo aparte, con leyes y creencias propias basadas en los cuerpos celestes y en la infinita energía del amor.
Los monarcas de aquel reino, esperaron por muchos años que el dios del Infinito les bendijese con un heredero, entonces en el año de la estrella lunar, sus ruegos fueron escuchados, llegando así a la familia real, un sano y hermoso varón, al que llamaron Aimir.
La alegría del hermoso pueblo se extendió a todos y cada uno de sus habitantes, y el de los pueblos vecinos, que no tardaron en visitar el palacio para rendir homenaje al pequeño Aimir, dejando valiosos tesoros como símbolo de reconocimiento del futuro monarca.
Fue entonces, cuando el mago y consejero del rey, levantó la vista, como si algo brillase delante de sus ojos más que el oro y las valiosas joyas, por una milésima de segundo, pudo ver aquel cordón carmesí que unía los destinos, que iba desde la pequeña cuna rodeada de tesoros a la puerta, en donde el conde de las tierras frías del corazón del continente europeo, entraba, con su cálida mirada llena de cariño de hermanos hacia los padres de Aimir, y de la mano, venía su pequeño hijo…
-El Rey Laurence de las tierras Selenitas del norte y el príncipe Sael-
El monarca de Edén se puso de pie para recibir en un cálido abrazo a su amigo y aliado y luego revolver los cabellos del pequeño.
- Por fín, amigo mio, nuestros reinos serán uno solo…-
Sael, observaba por detrás de la pierna de su padre, sus ojos claros, puros y curiosos observaban a su alrededor y se posaron en la pequeña cuna, donde dormía Aimir, sumido en el más pacífico de los sueños.
Su regalo, por su nacimiento, fue un hermoso dije cargado de la magia Selenita,y el lote, por su futuro matrimonio con Sael, eran las tierras prometidas de Selenium, el palacio de cuarzo blanco y la bendición de la diosa de la luna, para las generaciones venideras…
Todo fue hermoso ese día, un futuro brillante se esperaba para Aimir….
Hasta aquella noche , que el castillo de Edén ardió en malignas llamas, y como ladrones en la noche, las Sombras, hijo de la luna negra, dieron muerte a los monarcas
Hubo llantos, desesperación por tratar de mitigar las leguas ardientes de Ares, por rescatar los cuerpos de sus amados reyes, pero sobre todo, cuando por fin pudieron dar con la cuna del pequeño, el horror se adueño del corazón de la servidumbre que había sobrevivido…
El joven Aimir había sido llevado por las Sombras…. el futuro del reino, estaba condenado…
Nadie en Edén, olvidaría la Noche de las Llamas Negras. Ni el sentimiento de desolación, cuando, al despuntar el alba y el fuego en el castillo había dado paso a una negra y destruida estructura , como un esqueleto que es recordaría de por vida como la pureza de su amado pueblo había sido destruida…
Pero el peor de los daños, no era el castillo destruido, sino la cuna vacía, que, entre medio de las llamas, las Sombras, conocidos ladrones sin prejuicios, habían saqueado , despojando así de Edén de su más valioso tesoro.
Sael, solo miraba con la angustia formándose en su pecho, como su padre trataba de consolar a la reina, por la pérdida de su hijo, y la vida del rey, que pendía de un hilo… si el rey fallecía, y no había heredero masculino, tanto el reino, como la reina, se convertirían en propiedad de nadie, y eso solo podía significar una cosa… que los Sombra regresarían y esta vez, arrasarían con todo.
Una mano se posó en el hombro del joven Sael. el hechicero, con sus ojos refulgentes de aquella mística y desconocida magia„ y su rostro imperturbable, le llevó a la entrada del bosque, su hogar.
Fue ahí, donde el anciano le miró directo a los ojos, infundiéndole una fuerza espontanea al menor.
- ¿quieres recuperar a Aimir?-
Sin dudarlo asintió, entonces el mago golpeo tres veces con su vara blanca el suelo, pero nada pasó, al menos nada visible…
- Entonces te dare los medios para buscarle, encontrarle y pelear por él….-
Se quitó su capa y la puso alrededor de los hombros del joven niño, ese día, empezó un arduo entrenamiento, en donde el niño Sael, pasó a ser el joven príncipe Sael, un muchacho delgado, de hermosos ojos azules y cabellos negros, que llevaba trenzados hasta la mitad de su espalda.
Habían pasado ocho años desde que Aimir había desaparecido, y en esos ocho años, Sael había aprendido filosofía, geografía, historia, alquimia y cuanta arte el viejo mago pudo enseñarle, y al cumplir sus dieciocho años , antes de que el sol anunciara el amanecer, el hechicero le dio su ultimo regalo al joven.
- Maestro…-
Sus manos sostuvieron la vara blanca del anciano sin poder creérselo.
- Es hora de que busques tu destino Principe Sael…- a medida que hablaba, los ojos encendidos de magia del hechicero parecieron brillar más que nunca - Encontraras muchos en tu camino, que necesiten tu ayuda, por ello te he enseñado todo lo que se… usalo sabiamente, y cada enigma que resuelvas, será un paso más cerca de tu amado Aimir…ahora ve, antes que despierten y te retengan… porque los viejos, a veces, nos aferramos a nuestros seres queridos, sin dejarles volar y encontrar su destino…
Y así fue, como Sael empezó aquella travesía, caminando siempre hacia el oeste, huyendo del amanecer, buscando pistas de las Sombras y sobre todo de que habían hecho con su prometido. 

domingo, 25 de mayo de 2014

El gato que se comió al Canario - Por Natalia Valverde y Bárbara Olvera


1
Edward se acomodó los lentes antes de llamar a la puerta de aquel departamento. Era su primer día trabajando con Fausto Croix, el afamado escritor. Había sido avisado una hora antes de que le acababan de asignar como el nuevo editor del señor Croix, quien recién esa mañana se mudaba a la editorial para la que trabajaba Edward.
Su gran pasión eran los libros. Pero, desafortunadamente, no tenía el suficiente talento para escribirlos. No, su talento residía en darles forma y guiar a los autores para crear juntos algo digno de admiración. A sus veintisiete años, era un editor novato, graduado con honores en la universidad y con una especialización en letras modernas. Gracias a una recomendación había entrado a trabajar en la editorial de un amigo de su padre.
Si bien el trabajo le había sido garantizado, el hecho de ser recomendado le añadía presión extra a sus ya autoimpuestas exigencias. Escuchaba constantemente comentarios sobre lofácil que debía ser saber que no lo despedirían si cometía un error, o el hecho de que su familia cenaba con frecuencia con la familia del dueño de la editorial. Gran error, pues él mejor que nadie sabía el ridículo que haría si no se convertía en el mejor editor que pudiera ser, dando siempre el máximo esfuerzo en su trabajo.
Otros simplemente cuestionaban su vocación, aludiendo a su apariencia física y susurrando lo bien que se vería desfilando en alguna pasarela. Siempre que oía algo por el estilo, negaba con la cabeza y se dedicaba a ignorar los molestos comentarios de las mujeres que trabajaban con él.
Sabía que en gran medida lo decían para llamar su atención y lograr que saliera con ellas, cosa que no sucedería nunca. No le atraían las mujeres.
Se llevó una mano a la cabeza para echarse el flequillo hacia atrás. Su constitución física era, por decirlo de alguna manera, atlética, gracias a su afición por el atletismo cuando acudía a la universidad. Por las mañanas, siempre salía a correr y volvía a casa para hacer pesas antes de ir al trabajo. Le gustaba mantenerse saludable. Medía un metro con ochenta centímetros y su tez pálida era prueba de que aunque se ejercitaba al aire libre, lo hacía temprano en la mañana, antes de que el sol saliera.
Sus ojos de color castaño, el mismo color que su cabello, miraron la puerta, antes de tocar el timbre y esperar pacientemente a que le permitieran pasar.


2


Un hombre elegante se paseaba por la sala de su sofisticado piso ubicado en el edificio más lujoso de la ciudad. Sus ojos eran de un penetrante verde oscuro, con una expresión que no podía saberse si era de un gato sensual, un león poderoso, o un lobo feroz, o quizás todas esas juntas.
Su cabello negro como la noche estaba atado en una elegante coleta; suelto, le llegaba un poco más abajo de los hombros.
Era algo desordenado, o  esa era la impresión que daba, ya que su traje confeccionado a la medida en una de las mas refinadas costureras del país, estaba tirado por partes. El saco estaba en el perchero cerca de la puerta; los zapatos se hallaban unos pasos más allá; el chaleco junto con la camisa habían sido dejados sobre el sillón de cuero negro; y el pantalón yacía sobre la silla de su escritorio de caoba. Madera que, tratada se volvía negra como la noche, hacía juego con la sala decorada en un tono sombrío, pero definitivamente costoso y con clase.
Nuestro león pelinegro ahora se paseaba por la sala, con un móvil en mano. Un armatoste pesado, negro, que no dejaba de emitir una luz naranja parpadeante a medida que el timbre se dejaba escuchar por toda la sala. Fastidiado, pero con una ladina sonrisa en el rostro, apretó la tecla verde para responder el llamado. Teléfonos móviles, cosa curiosa, te permitían salir de tu casa y a tu editor perseguirte donde quisiera que estuvieras. Claro, siempre y cuando llevases el enorme ladrillo en tu bolsillo, y con suerte no se te cayeron los pantalones de lo pesado que era.
Esa mañana, Fausto Croix, reconocido escritor de fama mundial, novelista que hacía suspirar a las mujeres y de cuyas obras al menos cuatro habían sido adaptadas para el cine, salió dando un portazo. Los empleados de la famosísima editorial lo miraban sorprendido, mientras le gritaba a su editor que era un imbécil, incompetente, ignorante y cerrado cerdo religioso.
Con sus apuntes en su maletín y sus ojos aún con una mirada de odio profundo, fue a dar a la primera editorial que encontró. Le había gustado la fachada, simple, sin las ostentosas puertas novedosas con censores, que se abrían al acercarse uno. También le había hecho gracia la cara de la dulce secretaria, sus grandes ojos color café, mientras alisaba su sencillo traje corte princesa, muy de moda entre las secretarias de los años noventa.
Pero la cara de la secretaria no fue nada, NADA, en comparación a la del director de la editorial. El hombre no sabia qué hacía Fausto Croix ahí, cuando hasta el momento habían publicado novelas sencillas, buenas sí, pero ninguna alcanzaba la fama a la altura del famosísimo León Negro.
Lo que le agradó fue el trato cálido. Al tratarse de una editorial más bien pequeña, estaban acostumbrados a «mimar» a los escritores. Con un café en la mano, el director escuchaba su reciente ruptura del contrato con su antigua editorial, conocida como una de las mejores del mercado literario.
El director prometió ese mismo día revisar el borrador de su nueva obra, y mandar al mejor de sus editores. Y esa era la razón de que Fausto estuviera allí, vestido sólo en ropa interiory una bata de seda negra, mientras su fiel ama de llaves, levantaba el traje y le miraba como una madre que regaña con cariño a su hijo. La buena señora estaba acostumbrada al carácter explosivo y dominante de su patrón, y se hacía oídos sordos a los gritos que el escritor le daba a aquel aparatejo nuevo que le habían obligado a comprarse.
El timbre sonó, y Fausto, ajeno a ello, sumido en su fúrica trifulca con su antiguo editor, siguió gritando y gruñéndole al aparatito negro. El antiguo editor no iba a rendirse y perder semejante prodigio en la escritura, pero, debido a su mente cerrada, se negaba a publicarle su último trabajo. La resignada ama de llaves abrió la puerta, dejó pasar al pobre muchacho,  tomó su abrigo y le ofreció una taza de té, café o algo fresco. El señor de la casa seguía enfuruñado, hasta que cansada, la buena mujer le palmeó la cintura, con un gesto maternal lo suficientemente suave pero firme, para que Fausto se girase sin querer encabronarse con ella también.
Lo gracioso fue ver al León Negro enmudecer al toparse con esos hermosos ojos y esa pose determinada, aunque el aire a su alrededor se leía NUEVO. Sin embargo, no era por eso por lo que Fausto había enmudecido, sino porque, como si un alma gemela reconociera a otra, aquel muchachito se le antojó delicioso, lo suficiente como para mirar el aparatito negro, levantar una ceja y solo pronunciar una frase.
—Hasta nunca. No volveré, ya tengo editorial y editor nuevo. —Cortó, a pesar de los gritos que se escuchaban del otro lado y que a los pocos segundos el aparatito volviera a sonar.
—Si me disculpas.
Abrió la ventana, dejando que una brisa fría entrase a la sala, y arrojó el móvil con todas sus fuerzas. El aparatito siguió sonando, mientras caía  catorce pisos, quedando en silencio. Por suerte, no había caído sobre nadie. Semejante armatoste a esa altura, podría haber matado a alguna persona.
—Adelie —llamó a su ama de llaves.

—¿Sí, querido? —preguntó el ama de llaves, mientras traía un café negro y una bebida para el muchacho.
—No prepares cena esta noche. Saldremos a cenar afuera. —La buena mujer le sonrió y asintió.
—Entonces, terminaré con la cocina y me marcharé a mi casa. Hasta mañana, queridos. —Adelie se despidió de ambos hombres y se fue a la cocina.
Fue entonces cuando el pelinegro fijó su atención en su visitante.
—Debes ser Edward —dijo suavemente, acercándose a él sin dejar de verlo a los ojos—. Supongo que ya sabes por qué el director de tu editorial te envió, ¿verdad?
El problema era que su última novela, basada en un policía con algunos toques románticos, incluía como personaje a un homosexual y su pareja, mostrándolos como amantes comunes y corrientes. Eso no le había gustado para nada al antiguo editor de Croix. La homosexualidad, si bien era un hecho , aún no estaba bien vista por la mayoría de los sectores sociales.
—¿Leíste mi borrador? —preguntó, mientras se sentaba en uno de los sillones. Como un felino, hecho humano, y un felino con aires de rey, no sólo estaba evaluando a aquel joven, sino que  el León Negro había empezado a acechar al tierno canarito.


3


El editor había entrado detrás de aquella mujer ya entrada en años y de aspecto maternal.
—Gracias. Buenas tardes, soy Edward Johnson, el nuevo editor del señor Croix —dijo saludando a aquella señora y entregándole su abrigo.
Eligió un café con leche cuando la mujer le preguntó qué le gustaría beber. Un momento después, su atención se centró en el hombre que vociferaba contra un teléfono móvil.
Él mismo tenía uno, lo llevaba en el maletín. Era un teléfono de disco, pero sin cable que lo conectase a lugar alguno. Algo realmente curioso.
Se quedó mirando a aquel hombre. Había visto fotos suyas, desde luego. También había leído todas y cada una de sus novelas. Podía considerarse un fan suyo, pero estaba ahí para trabajar, así que de momento mantendría aquello para sí mismo.
Vio con asombro cómo tiraba el teléfono por la ventana, apenas registrando que Adelie volvía con ambos cafés. Tomó el suyo agradeciéndole y mirando curioso al escritor. ¿Cenarían juntos? La suerte estaba de su lado ese día, sin duda. Se sonrojó sin remedio al pensar en los dos cenando en algún sitio íntimo y se pateó mentalmente por fantasear con ese tipo de cosas.
Estaba trabajando, además nadie debía saber que era gay. Lo miró atento al escuchar sus preguntas, asintiendo ambas veces.
—El director me dijo que me había asignado con usted y que tenía el manuscrito terminado. Me lo entregó y lo leí antes de venir.
No dijo nada sobre el tema de la novela, suponiendo que al estar ahí, admitiendo haber leído el borrador, se daba por sentado que el tema no le incomodaba en lo más mínimo.
Lo miró a los ojos, aún rojo por el escrutinio del que se sentía objeto, o quizás se sonrojó simplemente por estar frente al hombre que le había gustado desde que le vio en la contraportada de la primer novela que publicase.

Ajeno a los sentimientos del joven, Fausto se paseaba como un felino acechando a un asustado pajarito dentro de su jaula, buscando la forma de abrir aquellos barrotes y zamparse al pajarito.
—Bien, sabes por qué renuncié a mi antigua editorial, ¿verdad? Eran unos malditos cabrones, mamadores de cirios. ¿Contenido poco apto para todo público? ¡Joder! Publican mierdas cursis de cómo un tío se folla a una tía y lo ponen al lado del cuento de Blancanieves como si fuera el diario matutino. ¡Hipócritas!
Bebió un poco de su café negro, sentado en uno de los sillones, mirando por la ventana donde segundos antes su teléfono había probado por cuenta propia la ley de gravedad.
—Estamos en los noventa, joder. Negar que los homosexuales no son personas normales, con capacidad de amar, que no todos somos un grupo de sicóticos alocados que van de orgía en orgía, es arcaico. —Suspiró pesadamente—. Odio esta sociedad, pero amo la capacidad de enamorarse del ser humano. Por eso, Edward, no me decepciones. Tu jefe de editorial me ha caído bien. No hagas que salga dando un portazo como hoy, ¿de acuerdo? Reténme.
Le miró tranquilo a los ojos. A él no le importaba declararse homosexual. Su otro editor también lo sabía, solo que le había dicho: «Mientras no me escribas marranadas de mariquita en tus libros, por mí estamos bien.»
Había sido muy tolerante con el sujeto, sin duda.

Edward se llevó la taza a los labios, dando un trago a su café. Estaba bien caliente, así que el trago tuvo que ser pequeño. Pero necesitaba beber cualquier cosa, lo que fuera, que lo ayudara a tranquilizarse un poco. Sí, había oído rumores de que Fausto Croix era gay, ningún escándalo en sí mismo. Sin embargo, el mero rumor de que prefería a los hombres para tener intimidad, escandalizaba a mucha gente.

Se aclaró la garganta, tratando de lograr que su voz saliera tan normal como fuera posible. Le era difícil hablar con el escritor. Se le aceleraba el pulso y el cerebro se negaba a cooperar con él para unir más de una idea, cuando escuchaba su voz. Se sentía… hipnotizado, por decirlo de algún modo.

De repente, las palabras de Fausto se asentaron en su cabeza, haciéndolo reaccionar del breve letargo en que se había quedado por algunos segundos.

—Sí, mi jefe me dijo sobre el problema que tuvo con su editorial. Descuide, no tengo ninguna clase de prejuicio contra la comunidad homosexual. —Como si pudiera tenerlo. Estaría en el armario, pero era consciente de que él también pertenecía a esa comunidad. Aunque jamás se atreviera a decirlo. Nadie sabía de su secreto, a menos que lo adivinasen, lo cual dudaba.

—Le aseguro que no tendrá ningún problema conmigo y que no me incomodan los rumores que giran alrededor de usted. —Se mantenía tan serio como le era posible, aunque le costaba trabajo. Se sentía demasiado nervioso. Las mariposas en su estómago eran sólo una prueba más de cuánto le gustaba el escritor. El hombre lo miró y suspiró. No era eso a lo que se refería, aunque, bueno, recién era el primer día del pobre chico. Le dio otro sorbo a su café negro.

—¿Tienes novia, Edward? —preguntó como si nada, para luego mirarle a los ojos, de forma penetrante. El chico estuvo a punto de escupir el trago de café que acababa de tomar. Se apresuró a bajarlo, negando con la cabeza de manera casi frenética.

—No… Con honestidad, nunca he tenido novia. No entiendo a qué viene esa pregunta. —Se recompuso lo mejor que pudo, tratando de no enrojecer ante tan personal cuestionamiento, aunque era una batalla perdida. Sintió cómo su rostro se calentaba rápidamente, lo que significaba que acababa de sonrojarse.

«Touché», pensó para sus adentros el Leon Negro, sonriendo seductor. Ah, sí, Fausto podía ser muchas cosas, pero jamás se metería entre una pareja de enamorados. Se levantó y dejó su taza en la mesita, acercándose al menor y tomándole del mentón.

—Quería saber, nada más —murmuró cerca de sus labios, notando el sonrojo y la mirada de asombro, antes de soltarle y volver a su lugar—. Es curioso que siendo tan atractivo, no hayas tenido pareja.

Esta cita de trabajo definitivamente se le estaba saliendo de las manos, a una velocidad que daba miedo. Las manos de Edward temblaron cuando aferró la tacita de café, procurando no derramar el contenido, al sentir de repente demasiado cerca el rostro del hombre que llevaba años admirando… deseando. Pero eso no podía ser, o al menos eso pensaba el joven editor.

—Soy… muy dedicado a mi trabajo y no he tenido tiempo de salir con nadie. —Claro, estaba el hecho de que las mujeres no le atraían en lo más mínimo, así que mantener una relación estaba fuera de todo cuestionamiento para él. Temía ser despedido de su trabajo, o sufrir hostigamiento, si se enteraban de que era homosexual. Aunque sabía que su jefe era de los pocos que no cometían ese tipo de discriminación, sus compañeros de oficina podían pensar de otra forma y no quería arriesgarse.

—Ya veo, eres muy dedicado. —Fausto sonrió, de forma encantadora, como hacen los felinos cuando quieren una caricia, y apuró lo que quedaba de café—. Bien, ya que eres mi editor, vamos a cenar —dijo poniéndose de pie—. De ahora en adelante, estarás al pendiente de todo, mis apuntes, borradores, ideas, todo, ¿verdad? ¿Tú y solo tú?

Una ceja se elevó en el rostro de Edward cuando escuchó la pregunta que se le hacía. ¿Que no era justamente eso lo que hacía un editor? Sin embargo, podía sentir que esas palabras, en apariencia inocentes, escondían un significado más profundo, al menos para Fausto. Aún así, decidió responder como si no se hubiera dado cuenta de ello. Podía estar simplemente siendo demasiado paranoico.

—Así es, a partir de hoy estoy oficialmente a cargo de todo lo relacionado con su trabajo, incluyendo sus apuntes, borradores e ideas. —Se quedó pensando unos segundos, mirando su olvidada taza de café—. ¿Dónde cenaremos? —Era la primera vez que cenaría con uno de sus escritores. Eso lo ponía de nervioso, pero esperaba que no se le notase demasiado.

—Perfecto. Mierda, deberé comprarme otro de esos aparatos infernales —murmuró el hombre más para sí que otra cosa, para luego mirar a Edward—. Hay un restaurante cerca de aquí, con pastas italianas de las mejores de la ciudad —dijo como si nada, tomando su abrigo— Anda, vamos, muero de hambre.

Y antes de que Edward pudiese responder, Fausto había saltado de su sillón con agilidad, y se había escabullido a su habitación. La buena mujer le había dejado preparado su traje, esta vez, uno de color azul marino, de corte más sencillo y casual. Tardó unos segundos en vestirse y salir para ver al editor pensativo.

—¿Y bien? —preguntó, mientras tomaba su largo sobretodo del perchero.

Una suave risa llenó la habitación. El editor no había podido suprimirla. Ver al gran Fausto Croix refunfuñar por que debía comprarse otro teléfono móvil era ciertamente cómico a su manera de ver. Pero pronto, la risa murió en sus labios cuando se enteró de cuál era el restaurante al que acudirían. Daba la casualidad de que una de las meseras era su vecina, bueno, la hermana de su vecina y siempre que veía a Edward trataba de metérsele por los ojos… por decirlo de algún modo. Ya no sabía cómo rechazarla cortésmente sin revelar que era homosexual y no saldría con ella ni aunque fuese la ultima mujer en el mundo. Por supuesto, no tenían por qué toparse con ella. La chica podía haber tomado el turno de la mañana… o podía estar equivocado y tratarse de otro restaurante italiano.

—Voy —dijo, terminándose su café y tomando su abrigo antes de seguirlo.

Abrió la puerta de su departamento y esperó que Edward saliese para cerrar. Adelie cerraría después con llave, por lo que llamó el elevador y, en lo que esperaba que llegase, se dedicó a examinar nuevamente al apuesto editor. Sin duda, era exquisito, una presa deleitable.

No dijeron nada, y solo el tintineo del ascensor cortó aquel silencio. Pronto estaban metidos en aquel estrecho cubículo, mientras bajaban. Fausto volvió a tomarle del mentón, casi de la nada.

—Tienes algo en tus lentes — murmuró, y con una suave caricia retiró aquel hilo. Sin embargo, no se apartó ni un solo centímetro. Casi podía rozar sus labios con los del otro hombre. Pero, de repente, la velocidad de ascensor disminuyó y el tintineo les indicó que habían llegado a la planta baja.

La palabra sorpresa apenas alcanzaría a abarcar lo que sintió Edward cuando aquel apuesto hombre volvió a tomarlo del mentón, para retirar un muy pequeño hilo de sus lentes. Apenas podía concentrarse lo suficiente para hablar.

—Gracias —susurró el editor, sintiendo su pulso acelerarse al notar lo cerca que estaban. Le habría bastado levantar el rostro un par de centímetros para besar esos apetecibles y tentadores labios. El leve tintineo les indicó que habían llegado a su destino. Se quedó justo donde estaba cuando las puertas se abrieron, saltando hacia atrás al ver a una anciana entrar al ascensor. Se sintió tan avergonzado que podía jurar que su rostro nunca había estado tan caliente antes.

La reacción le había hecho gracia al escritor, mientras saludaba a la señora del quinto y la dejaba pasar. Con un suave movimiento, jalaba a Edward del brazo para salir del ascensor. Hubiese querido estrechar su mano, pero no quería que medio edificio fulminase con la mirada al joven.

—¿Quieres ir a pie? No es lejos —le indicó, cuando al fin salieron del edificio y el aire frío les envolvió.

—Está bien, estoy acostumbrado a ir a pie a casi todos lados —respondió el editor y es que, aunque tenía automóvil, ir de un lado a otro en coche a la hora más transitada no era precisamente una buena idea. Incluso había llegado en metro y caminado las pocas cuadras que le separaban del edificio del escritor.

Su mirada viajó hacia su brazo que aún era sostenido por Fausto. Cada vez se ponía más nervioso. Siempre había sido de las personas que preferían ser los mejores en su trabajo y prescindir de una vida sentimental o incluso social. Pero ahora… ahora estaba demasiado confundido. No era tonto, incluso él se daba cuenta de que el escritor estaba intentando seducirle. O mejor dicho, estaba seduciéndolo como todo un maestro, y tenía la certeza de que si Fausto le proponía tener una relación más que laboral, aceptaría sin pensárselo… o eso sospechaba.

El escritor se acomodó mejor el abrigo negro y le miró, mientras caminaban por las concurridas calles de la ciudad. Cada vez que debían cruzar, tenía el detalle de sujetarle con suavidad del brazo y sonreírle, arrancándole sonrojos y volviéndose, en las pocas horas que se conocían, en su vicio.

—Es aquí —le indicó cuando llegaron al restaurante. No necesitaba reservación, ventajas de ser un escritor famoso. Tras pedir una mesa alejada, los llevaron a una en el segundo piso, donde desde los ventanales, podía verse toda la ciudad.

—Es un sitio agradable —respondió Edward al ver el lugar, mordiéndose los labios al divisar a lo lejos a la chica que se estaba convirtiendo poco a poco en su acosadora personal. Siguió a Fausto al segundo piso, rogando interiormente que Lina no le viera. Tomó asiento cuando el mesero les indicó su mesa, mirando nerviosamente alrededor, y viendo a la rubia asomar la cabeza por la escalera que acababan de usar.

Por primera vez desde que la conocía, no corrió hacia él. Quizás por que estaba trabajando, o podía  deberse al hecho de que el capitán de meseros en persona se había adelantado a atenderlos, lanzando una mirada de advertencia a la chica.

—Buenas noches, Dante —saludó Fausto suavemente al ver al mesero con su traje distintivo, que le destacaba de todos los meseros. Notó una chica rubia bastante entusiasmada por atenderlos, pero todos en el local sabían que sólo Dante podía tomar los pedidos del célebre novelista. Aunque se le hacia curioso, muy curioso, al punto de sentir… ¿Celos?… que los ojos de aquella muchacha no se despegasen de su editor.

—Buenas noches —saludó Edward a su vez, mirando nerviosamente a la chica y suspirando. Quizás si la ignoraba, podría tener una cena tranquila a lado de Fausto. O tan tranquila como podría ser, dado los constantes “ataques” por parte del león negro. No es que se quejara. Cualquier hombre gay estaría más que encantado de ser el blanco de tan deliciosas insinuaciones, pero seguramente cualquiera que no fuera el editor de anteojos, brincaría ante la oportunidad de responder a cada caricia, a cada elogio con otro. Lástima que Edward fuera más cobarde de lo que le gustaría ser en el terreno amoroso.

El camarero les atendió con excelencia, tomando los pedidos y alejándose para darles intimidad. La muchacha fue llamada a atender otras mesas en el piso de abajo, por lo que Fausto también se relajó un poco, clavando de nuevo sus ojos claros en aquellos tan bonitos.

—Y, dime, ¿cómo es que terminaste en esa editorial? —preguntó para sacar tema de conversación, aunque la mirada acechante y seductora no abandonaba sus ojos. Ojos que tenían hechizado al editor como nada que hubiese visto antes. Podría quedarse mirando ese perfecto azul por horas, sin aburrirse ni un poco. ¡Infiernos!, podría mirarlos por siempre y aún así, seguir adorándolos como lo hacía en ese preciso momento.
Parpadeó, concentrándose en la pregunta que acababa de hacerle y mirándolo como recién salido de un trance.

—Mi padre es amigo del director de la editorial y cuando me gradué, me recomendó para trabajar ahí. —Le sonrió, como si esa no fuera justamente, una de las razones por las que se esforzaba tanto en demostrar que se merecía el puesto que le habían dado.

—Ya veo, doble presión. No es fácil cuando tu familia está en el rubro. Yo lo veo con mi hermano, es empresario, como mi padre, y debe destacar el doble para que no crean que es sólo un acomodado más. Haces un buen esfuerzo. —Le sonrió como pocas veces sonreía. Dante había puesto música suave, baladas de grupos famosos, como adivinándole el pensamiento; y a su vez, el deseo de acercarse y devorarse ese tierno pajarito se intensificaba.

Esta vez, una genuina sonrisa se instaló en el rostro de Edward ante el elogio. Volvió a sonrojarse y desvió la mirada por mera costumbre. Era un hábito que sabía formaba ya parte de sus reacciones ante el apuesto escritor.

—Gracias, aunque acabas de conocerme. Digo, acaba de conocerme y no hemos hablado aún de su manuscrito —dijo un tanto apresurado, como queriendo desviar la atención de sí mismo, del coqueteo que se estaba llevando acabo. Como si con eso, su corazón fuese a dejar de latir desbocadamente. O como si con eso, sus dedos dejasen de picar por la necesidad de tocar la piel de Fausto. O como si, de alguna forma milagrosa, pudiera dejar de sentir esa necesidad de pegarse a su cuerpo y no dejarlo ir nunca.

No, debía parar. Acababa de conocer al hombre, aunque hubiese leído cada uno de sus libros, se supiera su biografía de memoria e incluso sintiera esa increíble química que saltaba entre ellos.

—Mañana podemos hablar del manuscrito —dijo Fausto, notando que Dante aún no regresaba y no había nadie en el segundo piso. Por lo que sus dedos, se deslizaron por la mesa hasta llegar a acariciar el dorso de la mano del otro hombre de forma sutil, apenas un suave roce, antes de alejar sus dedos tan suavemente como los había acercado—. Hoy quiero conocer a quien será mi editor.

El chico tembló ligeramente al escuchar aquellas palabras. La piel de su mano hormigueaba ante la pérdida del suave y fugaz contacto de la mano de Fausto. Sin darse cuenta si quiera, estiró el brazo para tomar la mano del escritor. Al darse cuenta de lo que hacía, retiró la mano al instante. Miró nervioso hacia la escalera, pero nadie parecía estarse cerca.

—No hay mucho que conocer de mí. Soy bastante aburrido, incluso yo lo sé. Sobre todo, porque no hago otra cosa que no sea trabajar. —Cada una de las cenas que había tenido en los últimos dos años habían sido cenas de trabajo. ¿Cuán patético era eso?

—Ya veo. —El movimiento no había pasado desapercibido, pero, por el momento, Fausto prefería mantener aquel curioso suspenso que estaban llevando.

—Entonces, vamos a darte un poco más de vida. —Le guiñó el ojo de forma seductora. Ah, sí, el gran felino seguía al ataque.

El editor carraspeó, tomando un sorbo del refresco que le habían llevado. Sentía su rostro arder con el recuperado sonrojo. Asintió, sin saber muy bien lo que estaba aceptando, pero sabiendo igualmente que no había nada que pudiera negarle a Fausto. El hombre no solo era su amor platónico, sino que estaba convirtiéndose, simplemente, en su amor.

La velada pasó tranquila. A la hora del postre, como no había nadie que los observase, se tomó el lujo y el atrevimiento de robarle una cereza al menor, pinchándola con su tenedor. Sonrió y se la acercó a los labios para callarlo, empujando la pequeña fruta, solo para ver cómo las mejillas de Edward adquirían un tono parecido al de la fruta.

En efecto, el rostro de Edward se tornó rojo al instante, sintiendo incluso como si fuese a salirle vapor por los oídos.

—No hagas eso —protestó nervioso, sin darse cuenta de que había dejado de hablarle de manera formal. Se olvidaba un tanto de sus modales cuando se sentía acorralado, y con Fausto, estaba comenzando a sentirse como la presa de un depredador mortal.

—Te ves lindo —dijo Fausto con una sonrisa un poco más dulce, y una mirada menos rígida, sin quererlo, o quizás sí. Posó una mano en la rodilla del menor, haciéndolo pasar por accidente, mientras le daba un pedazo de chocolate de su postre.

—Mentiroso —protestó Edward, en voz muy baja, suspirando al sentir el calor y el peso de esa mano en su rodilla. Miró el tenedor que sostenía Fausto y abrió la boca para ser alimentado como un niño pequeño, desviando la mirada para no encontrarse con la del escritor. No podía creer que estuviera comportándose de ese modo, pero como había supuesto, no había nada que pudiera negarle.

—Oye, ¿me has visto mentir acaso? —preguntó Fausto coqueto, agradeciendo que Dante hubiese cerrado el piso para darles privacidad. Subió un poco, solo un poco más, la mano, acariciando ligeramente el muslo del editor.

—No… no te conozco lo suficiente para contestarte —respondió Edward más nervioso que antes, al notar esa mano acariciarle progresivamente. Se mordió los labios, sin saber qué hacer. Agarró su taza de café con una mano, derramándola en un mal movimiento. Vio cómo caía la mayoría del contenido sobre el pastel que había pedido de postre.

—Tranquilo, no entrará nadie —susurró suavemente el escritor.

Suponía que si Edward no le había sacado la mano o aclarado ser heterosexual, era porque no lo era. Ser gay en los noventa era un tema tabú, pero a Fausto no le importaba. Le gustaba ese joven y cada una de sus reacciones. Le tomó del mentón, acercándole y robándole un dulce roce de sus labios. No había en ese momento sitio más acogedor y escondido que aquel. Como fondo, tenían ventanales que mostraban parte del cielo nocturno, música suave que invitaba a un juego cadencioso, y luces tenues que permitían ver lo que comían y evitaban sentirse encandilado.

—Yo… no puedo… Nadie en mi trabajo sabe que soy… —Edward se detuvo a media frase al sentir el suave y casi inocente beso. Cerró los ojos y golpeó la mesa con el dorso de una mano sin darse cuenta.

—¡Auch! —se quejó, totalmente avergonzado por su torpeza. No solía ser así. Solía ser controlado, serio y, sobre todo, relajado, o eso pensaba antes de conocer a Fausto. El afamado novelista estaba probando que podía hacer salir aspectos de la personalidad de Edward, que ni el mismo editor sabía que existían.

El león negro se alejó un poquito, tomándole la mano y besándosela con ternura. —Trata de relajarte.

Sí, podía parecer un acosador, un violador, pero… deseaba a ese joven como nunca había deseado a nadie. No había creído en esas bobadas que él mismo escribía sobre amor a primera vista, hasta que había conocido a Edward. El mismo que miraba asombrado cómo le besaba la mano, oyéndolo y asintiendo suavemente.

Edward cerró los ojos, tratando de relajarse en lo que, si había entendido correctamente, era su primera cita con el afamado escritor. Una cita que nada tenía que ver con el trabajo que desarrollarían juntos. ¡Demonios! ¿Y si lo echaba a perder? Edward no podía permitirse involucrarse con Fausto, no podía.

—No puedo… Sería muy incómodo trabajar con usted después de haber pasado una noche juntos —dijo más nervioso que antes. Fausto no podía quererlo para más que un acostón. Los hombres como él no se fijaban en jóvenes e inexpertos cerebritos, menos aún cuando tenían todo un séquito de fans adorándoles.

—Si así lo deseas.

Le volvió a acercar, esta vez sujetándole la mano para que no se golpease contra nada, y poseer nuevamente sus labios. Pero esta vez de forma más posesiva, no dejándole ir hasta arrancarle un gemido.

—Será mejor que regresemos, mañana hay que trabajar.

Edward estaba total y completamente aturdido. ¡Ese había sido el mejor beso que había recibido en su vida! Fausto era todo un maestro besando y pronto se encontró deseando más, pero tras soltar un lastimero gemido de placer, Fausto lo liberó. Su corazón se hundió en su pecho al oírle decir que debían irse. Ahora, por bocón, ni siquiera se acostaría con él una sola vez.

Maldijo internamente a su ética laboral, a su cobarde corazón y a su enorme bocaza.

—De acuerdo. —Podía volver a su casa desde aquel restaurante. En realidad, no le quedaba tan lejos, una media hora y estaría en la puerta de su departamento. Sin embargo, ya había metido la pata una vez, y no quería arruinar otra oportunidad de pasar más tiempo con Fausto.

Suspiró, sintiéndose desanimado por haber arruinado su gran oportunidad. Se le veía francamente decepcionado.

—Vamos, Ed. Nos veremos mañana —aseguró Fausto, mientras se ponían de pie. Con un gesto, le indicó a Dante que lo pusiera en su cuenta. El dueño ya le conocía, así que no habría problema. Antes de salir de aquel seguro espacio donde estaban, acarició la mejilla del muchacho.

—No tienes por qué sentirte mal. Si te sirve de consuelo, parezco, pero no soy, del tipo que suele encamarse sólo un noche con una persona —dicho esto le acompaño a la salida, saludando al jefe del servicio de camareros al salir.

El editor se mordió el labio inferior, sabiendo que acababa de embarrarla nuevamente ¿Es que no podía hacer nada bien? Cuando no se trataba de trabajo, su vida era un auténtico desastre.

Le siguió fuera del restaurante, nervioso como nunca al rozar su mano con la de Fausto, esperando que reconociera el gesto y se la tomara. Decidió que tendría que hacer más para redimirse y dar un salto de fe, esperando no haber arruinado todo con el guapísimo escritor. Le tomó la mano, sintiendo su rostro arder como le había ocurrido en tantas ocasiones durante aquella noche.

—No quise decir eso… Estoy demasiado nervioso —confesó, palideciendo en una fracción de segundo al ver a cierta rubia salir, como alma que lleva el Diablo, del restaurante donde acababan de cenar.

La chica se quedó mirando fijamente las manos unidas de ambos hombres, haciendo un gesto de asco, mezclado con pura furia en su poco agraciado rostro.

—Así que por eso me rechazabas. ¡No tenía idea de que era un maricón! —gritó con todas sus fuerzas, logrando que los pocos transeúntes que pasaban por su lado se les quedasen mirando, comenzando a murmurar entre ellos.

Sin embargo, el editor no soltó la mano de su acompañante, mirando de manera desafiante a la encolerizada chiquilla.

Fausto había notado el gesto del hombre y le estrechó la mano al notar sus intensiones. Iba a decirle que todo estaba bien cuando le vio palidecer y entonces aquella voz chillona le hizo levantar una ceja, mirándole, honestamente, estupefacto. ¿Acaso esa furcia se creía en el derecho de gritarle así al pobre hombre? De ninguna manera.

—Escúchame bien, camarera de cuarta —dijo siseando cual gato enojado, y de haber tenido cola esta habría estado esponjada y dando fúricos latigazos—. Si quieres llamar maricón a alguien, ¿por qué no llamas así a tu padre? Mira la hija maleducada que ha criado. Regresa a tu agujero y déjalo en paz. Él es mi pareja, ¿te molesta? Háblalo con alguien a quien le importe. Y no te molestes en hablar con Dante o el dueño de tu lugar de trabajo, ellos lo saben y no van a perder un buen cliente por una foca venenosa resentida.

Dio la casualidad de que algunos de los paseantes eran señoras que llevaban la última novela escrita por Fausto. Al reconocerlo y darse cuenta de lo que estaba pasando ahí, rodearon a la jovencita.

—Chiquilla malcriada. ¡¿Cómo te atreves a hablarle así al señor Croix?! Tienes suerte de que seamos mujeres decentes, si no tu feo rostro se vería peor con un ojo morado —dijo una de aquellas señoras, siendo fulminada con la mirada por la susodicha muchacha.

—Viejas amargadas. ¡Lárguense de aquí! —Una cosa llevó a otra, y cuando Edward se vino a dar cuenta, estaban peleando. Pronto salió el gerente del restaurante, despidiendo a la chica y diciéndole que no se molestara en volver a poner un pie ahí.

Edward estaba en shock, no había puesto atención a nada más que a la aseveración de que era pareja de Fausto. Se giró hacia él, aún en estado de ensoñación, mirándolo con enormes y brillantes ojos.

—¿Soy tu pareja?

El león negro sólo asintió, apartándolo al tiempo que un zapato, vaya a saber de quién, había salido disparado. El dueño del local y los otros meseros trataban de calmar a las embravecidas mujeres, a las cuales se les habían sumado un par de jovencitas que no dudaron en meterse a defender a su escritor favorito.

Pero el león solo tenía ojos para Edward que, en ningún momento, le soltó la mano, ni dejó de mirarlo a los ojos.

—Lo eres —afirmó y se marchó de allí, llevándoselo por las calles, buscando el cálido refugio que ofrecía su departamento.

Era… ¡Era la pareja de Fausto Croix! En unas cuantas horas, había pasado de soñar con el apuesto escritor, a ser su pareja, su novio. Ya ni podía recordar los motivos que se había estado repitiendo toda la noche para no estar con él.

Esos no parecían tener sentido alguno, cuando los comparaba con todos los motivos por los cuales quería desesperadamente hundirse en esos fuertes brazos y dejar que su… novio, lo guiase a donde él quisiera.

—Acabamos de conocernos —susurró, sin hacer el menor intento por soltar la mano del hombre a su lado. Solo dijo en voz alta lo primero que se le pasó por la cabeza.

—¿Dices que lees todos mis libros y aún no crees en el amor a primera vista?

Siendo sinceros, él tampoco había creído hasta que se topó con esos hermosos ojos de mirada tierna. Lo jaló para meterle en el elevador y volver a besarle.

De inmediato, Edward le rodeó el cuello con ambos brazos, aturdido por todo lo que estaba pasando en un solo día. Separó los labios, invitando a Fausto a entrar en su boca y jadeando muy suavemente contra sus labios.

Aún le costaba creer que eso le estuviera pasando, pero mentiría si dijera que no estaba inmensamente feliz.

Fausto profundizó el beso de forma lenta pero cariñosa, sujetándole por la cintura con sus fuertes manos, dominándolo y pegándolo a su cuerpo, hasta que el elevador llegó a su piso, su seguro y cálido piso.

Se oyó el timbre que indicaba que habían llegado, abriéndose las puertas y logrando que el editor rompiera el beso, mirando aturdido alrededor, jalando a Fausto fuera del pequeño e íntimo cubículo.

—Me cuesta creer en el amor a primera vista… —respondió finalmente, suspirando y abrazándose al cuerpo del  guapo escritor—. Pero debo admitir que sentí algo parecido la primera vez que vi tu foto en la contraportada de una de tus novelas.

—Mmm… Debiste venir y arrancarme de esa editorial. Pero creo que eso es lo que amo de ti, ese aire honesto y humilde que tienes. No lo pierdas nunca, Ed.

Se las ingenió para abrir la puerta con el editor abrazado a su cuerpo. En la oscuridad de la sala, le abrazó y le besó, esta vez con deseo, sin ningún pudor y sin ninguna restricción. Logró que Edward gimiera más audiblemente esta vez, y asintiera aún con los labios pegados a los suyos, sintiendo como las rodillas del hombre se debilitaban, aferrándose contra su cuerpo para evitar caer al suelo.

Un simple beso, y se derretía como mantequilla entre los brazos de Fausto. Un beso… y todo su cuerpo ardía en llamas, anhelando el toque de las manos del hombre que había robado su corazón, incluso antes de haberle conocido en persona.

—Ven… —le susurró en voz baja cuando la falta de aire hizo estragos en ellos y debieron separarse. Lo llevó a su recamara, apenas atinando a prender la luz de la mesa de noche, que era tenue pero permitía ver todo lo que pasaba en el cuarto. Recostó en la cama al editor y le volvió a besar, acariciándole el pecho, quitando el abrigo y luchando con los botones del sobretodo. Edward le ayudó a desvestirlo y desvertirse. Sus manos temblorosas se trababan cada pocos segundos en los botones, pero tras varios intentos, logró deshacerse de los dos abrigos e incluso las camisas quedaron descartadas a un lado de la cama.

Estaba nervioso, no era su primera vez, aquella había ocurrido cuando aún estaba en la universidad, pero había pasado demasiado tiempo desde la última ocasión en que había intimado con alguien.

—Tranquilo —susurró Fausto contra sus labios al notar ese nerviosismo en las caricias, acorralándolo contra la cama y su cuerpo, para que pudiese sentir el contacto de su piel contra la otra, besándole despacio y acariciándole la mejilla—. Hermoso.

Edward se sonrojó aún más al escucharle llamarlo así, asintiendo con la cabeza y entreabriendo los labios, tratando de aclarar su mente tanto como pudiera para lograr responderle.

—Los hombres no son… hermosos —jadeó al sentirse acorralado, cerrando los ojos ante el contacto del cuerpo de Fausto contra el suyo—. Pero… puedes llamarme como quieras.

—Lo son. —Fausto besó su cuello y su pecho para luego volver a sus labios, besándole con verdadero cariño mientras lo miraba a los ojos—. Si no lo fueran, no podrían hacer estremecer a otra persona con sólo mirarle.

El editor lo miró mientras sus labios se acercaban, suspirando justo antes de juntar sus labios con los de su amante para responderle el beso.

—Fausto… —susurró asombrado, sintiendo sus mejillas encenderse de nuevo. Estaba seguro de que nunca se había sonrojado tantas veces en tan corto periodo de tiempo—. A mí me pareces el hombre más apuesto del mundo —confesó con voz temblorosa a causa de los nervios.

—Qué raro, muchos me lo dicen, pero es la primera ves que me gusta que alguien me lo diga. Creo… que me estoy enamorando de ti —murmuró contra sus labios, acariciando los costados de su torso desnudo, jugando con uno de sus pezones, sensibles a sus caricias, que reaccionó enseguida —Mmmm… Me fascinas.

Edward entrecerró los ojos, jadeando suavemente contra la boca de su amante. Enrojeció más al llevar ambas manos a la cintura de su propio pantalón para desabrocharlo, mientras que sus pies se encargaban de deshacerse de los zapatos. Sí, estaba nervioso, pero su deseo de entregarse completamente a Fausto sobrepasaba cualquier tipo de pudor que pudiera tener. Su cabeza era un remolino de ideas, sin lograr centrarse en una sola, aunque logró aclararse lo suficiente para hablar.

—Yo… creo que ya estaba enamorado de ti —confesó a milímetros de sus labios, desviando ligeramente la mirada y viendo el calendario situado a un lado de la puerta del dormitorio. Era catorce de febrero.

Fausto siguió los ojos del menor hasta el calendario y sonrió. Bendita señal para tomarle del mentón y robarle otro beso profundo, lleno de cariño.

—Entonces, también empiezo a creer en los ángeles del amor —murmuró para luego pegarle a su cuerpo, besarle y terminar de desnudarle, abriéndole el pantalón y acariciándole la entrepierna ya erecta por sus juegos.

Edward soltó una risita, sintiendo su desnudez como algo natural a lado del escritor. Sentir su mano tomando su mentón para besarle era algo a lo que podría volverse adicto fácilmente. Empujó su cadera hacia la mano de Fausto, buscando sentir más de esas caricias que lo volvían loco y enviaban escalofríos placenteros a todo su cuerpo.

—Y yo que pensé que habiendo escrito todos esos libros románticos, ya creías en ellos —susurró contra sus labios, pensando que ese, de hecho, era el mejor catorce de febrero de toda su vida. Y sí, él también creía en los ángeles del amor.

Le sonrió suave y le besó de nuevo con sumo cariño.

—Ahora sí creo completamente en ello… mi pequeño canario.

Una analogía simpática. Dado que Edward había permanecido dentro de una jaula construida por una sociedad mediocre, y ahora abría sus alas, y se mostraba cuan hermoso era.

Y sobre todo libre.

Y en esa libertad, ambos hallaron lo que necesitaban para sentirse completos. Esa noche fue la primera, la primera para ambos, donde se entregaron por completo, no sólo en el acto carnal, sino en alma y corazón.

4


Fausto abrió los ojos. Era una mañana fría. Suspiró y se acomodó notando aquel familiar bulto a su lado.

—Oye…

Nada, Edward seguía durmiendo, relajado completamente entre sus brazos. Se levantó y le dejó descansar. Era temprano aún, pero así lo había planeado.

Abrió la caja de la nueva edición del libro que habían escrito entre los dos: El gato que se comió al canario.

Había sido la primera saga de novelas con temática de romance homosexual. Lucharon mucho para publicarla, y al fin, era un sueño hecho realidad.

Dejó el libro a un lado, sacando del clóset una cajita diminuta, un ramo de rosas y chocolates. Su amado era muy goloso.

Ese día cumplían un año de estar juntos. Sería un catorce de febrero más para muchos.

Pero para aquel escritor, sería ese día en el que dejaría de tener pareja…

Para tener esposo.



Publicado originalmente en  Estudio Lay