Mi hermano es un enfermo.
Bajo ese cabello castaño y esos ojos verdes y sensuales, esa
apariencia de tranquilo y serio adulto, ¡se esconde todo un enfermo!
Todo empezó hace tres años, cuando él tenía 18 y yo 15.
Habíamos terminado viviendo solos en un departamento en el centro de la ciudad.
Él por su universidad, yo por el colegio secundario a donde iba, ya que
nuestros padres se estaban paseando por algún lado del mundo disfrutando
de su fortuna.
Ese día había pensado que llegaría tarde de la universidad,
y como todo adolescente hormonal, luego de haber visto una película pasada de
tono, había sentido la necesidad de tocarme. Esa sensación incómoda en los
varones que, de no ser aliviada, deriva en molestos dolores y calambres.
Creyendo que Jean no estaba en casa, que seguramente estaría en la
universidad aún o en el trabajo, lo hice en mi cuarto, con la puerta abierta y
sin reserva alguna al momento de jadear y gemir.
Maldita sea la hora que mi hermano había decidido ese
día quedarse dormido en casa. Cuando mis suaves gemidos, que
indicaban que pronto terminaría por correrme, le llamaron la atención, se asomó
por la puerta para verme en pleno acto. Y fue cuando no se pudo controlar. Sin
decir nada, sin siquiera darme tiempo a cubrirme, se acercó, me acorraló en mi
cama… y me besó… Mi hermano mayor me dio mi primer beso.
Aun recuerdo esa noche con lujo de detalles. Su aroma, sus
verdes y brillantes ojos fijos en mí; la forma en la que me besó sin que pudiese
reaccionar, moviendo sus labios de forma delicada, gentil, para luego poco a
poco invadir con su lengua mi boca, haciendo que mi cuerpo me traicionase,
gimiese y correspondiese buscando más.
Y me dio más. Sus manos empezaron a levantar con sutileza la
camisa de mi pijama, a recorrer mi piel con deseo y jugar con mis pezones
dándole suaves pellizcos y besitos. A cada rato, el muy maldito me preguntaba:
“¿Te gusta?” “¿Quieres que siga?”. ¡Claro que no quería! Estaba mal, ¡muy mal!
Somos hermanos y estaba tratándome como si fuese su… su… su hembra, su muñeca o
algo así, ya que ambos somos varones.
–Jean…
Su nombre pronunciado por mi voz suave, tratando de
disimular el deseo que había despertado en mí con sus caricias, parecían
encenderlo como nunca, por lo que sus besos se volvieron salvajes, posesivos y
llenos de pasión. Su lengua no paraba de acariciar la mía, mientras ya se había
deshecho de mi pijama y del suyo. Recorría mi cuerpo con sus manos, pegándose a
mí de tal forma que podía sentir como su entrepierna dura y despierta se
frotaba contra mi vientre y mi propia erección, producto de sus caricias,
arrancándome más gemidos ahogados entre besos. ¿Cómo podía resistirme cuando
todo mi cuerpo clamaba por la atención de mi hermano?
–Tom –pronunció mi nombre con su voz sensual, que hizo que
todo mi ser se estremeciese nuevamente.
–¡Je..Jean!, que somos hermanos… Somos hombres… para…
No me escuchó. Me volvió a besar mientras sus manos
profanaban cada lugar de mi cuerpo, cada lugar que nadie más que yo había
tocado. Despacio frotó la entrada de mi intimidad para luego invadirla con sus
dedos. Quería todo de mí, y yo no tenía fuerzas para oponerme; no cuando todo
mi cuerpo lo deseaba.
Terminó haciéndome el amor esa noche, de forma suave,
cariñosa; esa y muchas noches más por tres años seguidos.
Yo lo odiaba, pero no podía parar. Mi cuerpo se entregaba a
los cariños de Jean con tanta facilidad y en contra de mi voluntad.
Mi hermano es un chico guapo. Sus cabellos son castaños
claros y los lleva cortos, los míos son un poco más oscuros, pero lo llevo
igual de largo. Mientras sus ojos son de un verde intenso, los míos son de un
color avellana suave. Soy más delgado y débil que él, sin contar que también
soy más bajito.
Esta noche volvimos a hacerlo. Esta vez me puso encima
suyo y terminé empalado y abrazado a él. Podía sentir su corazón desbocado
golpeando contra mi pecho en todo momento hasta acabar. Como siempre que
terminábamos, salí corriendo a la ducha, tratando de despertar de aquel ensueño
erótico en el que me veía atrapado cada vez que Jean me tocaba, como
queriendo borrar las huellas de sus caricias, de sus besos… de… él entrando en
mí de esa forma, en la que por unos momentos éramos uno.
Y luego huía. Nunca dormíamos juntos, nunca mencionábamos el
tema. Era como un secreto entre ambos, un secreto bien guardado.
Pero esta noche no. Esta noche luego de la ducha me esperó
en la puerta del cuarto, con sus pantalones puestos como única
prenda, sus brazos cruzados y su mirada esmeralda fija en mí.
–Te amo, Tom.
Sus palabras me dejaron helado, pero alcancé a bufar. ¡¿Cómo
se atrevía!? ¿Que clase deenfermo mental era mi hermano? ¿Acaso no
entendía que éramos familia? ¿Qué esto que estábamos haciendo está MAL?
–Enfermo –simplemente le respondí, esquivándolo y metiéndome
a mi cuarto, cerrando la puerta con fuerza en sus narices. ¿Cómo se
atrevía a hacerme aquello?
A la mañana siguiente cuando me levanté, ya se había ido a
la universidad. Como todas lasmañanas, recogí algunas cosas y me fui al
colegio. Estaba por terminar la preparatoria y tenía los dedos cruzados,
esperando la admisión de la universidad de la ciudad. Sí, a la misma a la que
iba el indecente de mi hermano.
Regresé del colegio como todos los días, y Jean no
había vuelto aún. Esta vez me aseguré de que no estuviese dormido por algun
rincón de la casa para poderme echar en el sillón y reflexionar
sobre aquellas palabras.
“Te amo”.
Idiota.
Enfermo mental.
Un enfermo adicto al sexo con su hermanito menor.
Un abusivo sin remedio.
Eso era mi hermano.
¿Y yo?
Yo no puedo afirmar que amo a Jean. Le quiero. Es mi
hermano, pero hace tres años que abusa de mí.
¿Abusa?
No, no abusaba. Porque a pesar de no querer, de
negarme, mi cuerpo se entregaba, pedía más, de hecho.
Mi cuerpo sólo deseaba las manos de Jean a todas
horas, sus besos, su ser dentro de mí.
Estaba confundido y mucho.
¿Qué es lo que siento por Jean?
Pasó media hora de la hora habitual a la que
siempre Jean llegaba a casa. No había llamado, no había avisado, nada de nada.
¿Dónde se había metido?
Pasaron dos, tres horas. Se hizo de noche y Jean no
regresaba a casa. No atendía elteléfono móvil, por lo que empecé a llamar a sus
amigos. Uno al saber que estaba solo se ofreció a acompañarme hasta que
regresara. Dijo que seguramente había tenido un retraso en el trabajo.
Shawn, compañero de mi hermano de la universidad y supuesto
amigo, se apareció por casa solícito. Me preguntó si me sentía bien y se
ofreció a prepararme un té especial que me relajaría y
tranquilizaría.
Conversábamos tranquilamente, cuando Shawn me contó que mi
hermano tenía una especie de novia en la universidad. Y que además para no
molestarme nunca la traía a casa, pero que por lo que le había
confesado, iban bien en serio. Simulé estar feliz por mi hermano, pero algo en
el fondo se removía con dolor y furia. ¿Por qué me sentía así? ¿Acaso no era
esa mujer el boleto a que Jean dejase de tocarme, de verme como su juguete y de
burlarse de mí diciéndome que me amaba?
¿Por qué me dolía?
Sin notarlo, sin saber por qué, empecé a llorar frente a
Shawn. Este me acogió con ternura y palabras reconfortantes, tanto que confié
en él. Terminé confesándole todo lo que hacía con Jean, mi confusión, mi rabia
hacia esa supuesta furcia que me quitaba a mi hermano, todo. Me sentía cansado,
mareado, pero no podía detenerme.
–Shhh, pobrecito Tom –murmuró Shaw, secándome las lágrimas y
acariciando mis mejillas de forma cariñosa, no como lo hacía Jean. Jean tenía
un toque especial para secar mis lágrimas cuando éramos pequeños, pero no
dejaba de sentirse bien. Aunque cuando sus labios rozaron los míos de forma
sorpresiva, sentí una puntada de repulsión, entre medio de aquel mareo y
debilidad.
Cabe destacar que Shawn no es feo, para nada. Es rubio, de
ojos azules, cuerpo bien formado y sus músculos, si bien no estaban exageradamente
hinchados, estaban bien proporcionados. Por lo que fácilmente pudo recostarme
en el sillón e inmovilizar mis brazos, para que no siguiera luchando en vano.
–¡Shaw!
A diferencia de cuando estaba con Jean, no salió de mí ese
gemidito necesitado, sino un tono de advertencia, de enojo, de rechazo. Todo mi
ser se tensaba y se ponía alerta, a pesar de sentirse adormecido. El maldito le
había puesto algo al té y yo como un estúpido lo había bebido. Ahora comprendía
que se había inventado todo aquello de la novia de mi hermano para dejarme
vulnerable.
–¡No!
Al sentir sus manos sobre mi entrepierna, me agité lo más
que podía. No reaccionaba de forma excitada, no sentía ese deseo de seguir, de
abrazarme a su cuerpo y no dejarlo ir nunca. Por el contrario, quería patearlo,
golpearlo… Pero por sobre todas las cosas quería…
–Jean.
Empecé a llamar a Jean, mi hermano mayor, el enfermo mental
que me amaba, que me hacía el amor casi todas las noches desde hacía tres años.
Mi hermano, el que con sus caricias me trasportaba a otro mundo y me hacía
olvidar todo, siempre.
–¡Ayúdame, Jean!
Sabía que Jean no estaba. Sólo estaba Shawn, buscando la
forma de quitarme la ropa para poder violarme, dando tirones. Acariciaba con
rudeza la piel que iba dejando al descubierto, apretándome contra él. Podía
sentir su aliento en mi cuello.
Y de golpe todo se volvió oscuro. Había mucha oscuridad,
pero podía escuchar el sonido de muebles corriéndose, gemidos de dolor, golpes
que iban y venían.
–Thomas, abre los ojos.
Una voz desconocida me llamaba y apenas logré abrir los
ojos. Sentía las piernas pesadas y el cuerpo como si estuviese relleno de
plomo.
–¿Qué… qué pasó?
Mis ojos empezaron a enfocar lentamente. Estaba una
habitación de un hospital. Podía percibir el olor a alcohol y desinfectante. A
mi lado, se encontraba un hombre con una bata blanca examinando mis signos
vitales.
–Al parecer la intoxicación ya se resolvió –comentó mientras
anotaba algo en una planilla.
–Te ingresaron ayer con una sobredosis de somnífero.
–Pero… ¿Qué…? ¿Quién?
–Creo que tu vecino. Encontró a tu hermano y a otro muchacho
heridos, y a ti drogado.
–¡Jean! ¿Está herido?
Traté de incorporarme deprisa, pero el médico me detuvo y
con razón. Apenas me había movido cuando sentí que el mundo no paraba de dar
vueltas.
–Aún queda un pequeño resabio, estarás mareado un par de
horas hasta que tu sistema se estabilice.
Me dejó recostado con gentileza en la camilla, mientras
volvía a anotar en su planilla.
–Tu hermano está bien, sólo tiene un corte en la pierna. Al
parecer te defendía de un ataque y la persona le punzó con algún objeto
afilado. Está en otra habitación, porque deben cambiarle la venda de las
suturas. Nada de que preocuparse.
Me dejaron descansando un rato, sólo hasta que el efecto de
la droga que me había dado Shawn desapareciese. En ese periodo, lo único que
podía pensar era en Jean. Mi hermano mayor, quien me salvó de ser violado y de
tantas cosas, como la soledad, unos padres que poco les importaba el destino de
sus hijos. El que evitó que cayera en algún juego estúpido de los adolescentes,
como la droga, el alcohol en exceso, el sexo sin sentido. El que siempre me
cuidó de todo, que estuvo ahí a mi lado.
… amándome.
Jean estaba ahí, amándome desde aquella primera noche y
quizás antes. Ahora entendía que para mi hermano yo era el centro de su vida.
Mi Jean.
Y con ese pensamiento, volví a caer en un profundo sueño.
Ya era de noche cuando volví a despertar. Me levanté
despacio. Las luces estaban bajas, por lo que deduje que era tarde, así que
camine hasta el cuarto donde tenían a mi hermano bajo observación por aquella
noche. Estaba dormido, quizás por el calmante que le dieron y las altas horas
de la noche.
–Jean.
Le acaricie la mejilla y sentí cómo suspiraba entre sueños.
¿Podía reconocer mi tacto aún dormido? Le besé la frente y luego de dudar unos
segundos, sus labios. Era la primera vez que le besaba, sin estar teniendo
sexo. Sus labios cálidos se sentían tan bien.
–Despierta, Jean.
Mi hermano abrió lentamente los ojos y sonrió al verme. Como
siempre sonreía al verme en la mañana cuando recién despertaba, desde que
vivíamos solos.
–Tom.
Levantó su mano y me atrapó por detrás del cuello para
abrazarme contra su pecho y acariciarme los cabellos.
–Tonto –me regañó y sentí cómo su corazón se aceleraba. ¿Eso
sucedía cada vez que estaba yo cerca? Sí, siempre su corazón palpitaba con fuerza
cuando me abrazaba y me besaba y nuestro juego secreto empezaba.
–Tonto tú –le respondí como si fuera un niño pequeño
besándole el pecho. Después besé su cuello y sentí cómo se estremecía,
sorprendido. Por último, besé sus labios suavecito y con torpeza. Sin embargo,
él no tardó en responderme y tomar el control de aquel suave roce.
–Te amo.
Repitió aquellas palabras otra vez, y esta vez sonreí
acariciándole las mejillas.
–Yo también.
Jean no se esperaba aquello, eso era seguro. Sus
ojos verdes me miraron con una mezcla de sorpresa y profunda felicidad.
—Thomy…
No le dejé hablar. Me alejé para ir a cerrar la puerta. Le
puse el seguro para que nadie entrase de improviso. Estaba rojo por lo que pensaba
hacer. Jean sólo me miraba expectante, curioso, viendo cómo me movía por el
cuarto hasta quedar junto a la cama. Empecé a desprenderle la camisola que
llevaba puesta como pijama.
–Hermanito…
Sonreí. Sí, éramos hermanos, pero nada podía quitar que nos
amásemos. Ahora empezaba a comprender aquellas acciones y aquellos sentimientos
que me abordaban cuando estaba cerca de Jean, y por qué le dejaba tomar mi
cuerpo una y otra vez, por qué se sentía tan bien.
–Shh, estáte quieto –le ordené rozando mis labios sobre los
suyos, acariciando su pecho a conciencia. Era la primera vez que le sentía de
esa forma, que me detenía a memorizar centímetro a centímetro el cuerpo de mi
hermano, notando cómo mis caricias lo volvían loco. Por donde pasaban mis
manos, seguían mis labios, recorriendo su cuello, su torso, su vientre. Me
sentía inexperto, jamás había hecho lo que planeaba hacer y nunca había sentido
tantos deseos de hacerlo. La lujuria sensual que me envolvía cuando estaba con
Jean esta vez estaba potenciada por algo tan sencillo como la aceptación de mis
sentimientos, y saber que él los correspondía.
–Es hora de que deje de creer que esto esta mal –murmuré
despacio mirándole a los ojos y sonriéndole, sintiendo mis mejillas arder.
–Te amo –repetía esas palabras una y otra vez hasta el
cansancio, mientras le bajaba la ropa interior hasta un poco más debajo de los
muslos. Observé que el derecho traía una venda ocultando los puntos que
acababan de hacerle.
Él sólo se limitaba a observarme, estremecerse y acariciar
mis cabellos. Podía sentir la electricidad de su cuerpo ante la expectativa, y
el suave jadeo cuando su miembro duro quedó libre de la prenda, para que le
diera un inocente besito a la enrojecida y húmeda punta.
–¿Qué vas a hacer? –se medio sentó en la cama. Su voz sonaba
más profunda de lo normal. Siempre que estaba claramente excitado sonaba así, y
un ronco jadeo salió de sus labios cuando empecé lentamente a lamer su
erección. No sabía lo que hacía, me guiaba por los sonidos de placer y los
movimientos que hacía Jean a medida que mi lengua le recorría entero, notando
como su miembro se terminaba de endurecer. Sus dedos se enredaban en mis
cabellos y los jalaban suavemente, pidiendo más de aquellas húmedas caricias.
–Hermanito…
Con cuidado, temiendo lastimarlo, empecé a succionar
lentamente su miembro. Lo metía en mi boca y acariciaba aquella suave piel con
mi lengua, logrando que Jean empezara a soltar jadeos más necesitados. Sus
caderas se movían buscando más de esas atenciones.
–Mmmh, Tom…
Los movimientos se volvieron más intensos, más rapidos a
medida que Jean llegaba al clímax. Podía sentir cómo su cuerpo hervía y se
estremecía de placer con cada movimiento hasta llegar a su límite. Al ser mi
primera vez, y no estar seguro de lo que debía hacer, logré tragar sólo un
poco. Me limpié los restos con la manga de mi pijama, mientras Jean trataba de
recuperar el aliento, con las mejillas rojas y su cuerpo relajado por aquel
pequeño juego.
–Mi pequeño travieso.
Me jaló para besarme de forma intensa, profunda y posesiva.
Como le dolía la pierna cambió de posición, dejándome recostado en la cama para
abrazarme.
–Te amo, Tom.
Quiso devolver el juego, aquellos mimos, pero no se lo
permití. No quería que se esforzara aún con los puntos recién colocados.
Además, aquel pequeño juego había sido como una señal, un “te amo no me importa
cómo, cuándo, dánde o qué digan”. Me sentía pleno de verlo sano y salvo, de ver
que estaba ahí, de saber que sus sentimientos eran genuinos, reales, que yo no
era simplemente una muñeca para él, sino el amor de su vida, así como él era el
mío.
–Te amo, Jean.
No existiría nadie que amase, ni me amase más que Jean.
Despertamos al otro día, con una enfermera que tomó aquello
como la relación de dos hermanos muy unidos que se cuidaban mutuamente.
Y así era. Pero también, dos hermanos que se amaban en
secreto… y que jamás se separarían.
Había pasado un año desde la noche en la que nos sinceramos
con nuestros sentimientos. Ahora éramos pareja, o bueno, siempre lo habíamos
sido, pero ahora era consiente de que vivía con la persona que amaría por el
resto de mi vida.
Estábamos en la sala frente al televisor, la película había
acabado, y yo ya estaba medio dormido entre los brazos de mi hermano.
–Tom.
–¿Mmm?
Me movió despacio, tratando de despertarme hasta que la
final optó por hacerlo con besos en mi cuello, arrancándome un quejidito suave.
–Perezoso.
–Molesto.
Sonreí y le robé un beso. Seguíamos teniendo nuestras
usuales peleas de hermanos, pero él sabía que todo lo que le podía decir era
jugando, así como yo sabía que jugaba cuando me llamaba mocoso perezoso o
pequeño latoso.
–Te amo.
Me cargó en brazos y me dejó en la cama, jalándome los
pantalones entre medio de risas.
–Eres un pervertido –me quejé despacito, pero sin oponer
resistencia, mirándole entre curioso y cariñoso–. ¿Ya quieres hacerlo de nuevo?
Él sonrió de esa forma que me volvía loco y se sentó en la cama.
–De hecho –dijo mirándome de arriba abajo–, tócate… como
aquella noche.
Estaba seguro de que mi cara había pasado por toda la
tonalidad de los rojos al escucharle decir eso. Pero sabía que el recuerdo de
nuestra primera noche, le excitaba de sobremanera.
–Aeg…, eres un maldito enfermo.
Abrí suavemente mis piernas para empezar a acariciarme, con
el agregado que, a medida que iba poniéndome duro, gemía su nombre. Saber que
estaba viéndome, estaba deseándome, ayudaba a que rápido terminase
completamente excitado, para verle sobre mí, para sentir sus labios como
nuestra primera noche, con ese primer beso que desencadenó todo.
Sus manos volvieron a recorrer mi cuerpo con gentileza, con
amor. Estaba seguro de que memorizaba cada parte de mi ser, como yo memorizaba
el suyo. Cada beso que me daba, se marcaba a fuego. Mi cuerpo le reconocía y
reaccionaba, se entregaba por completo a Jean, a sus caricias, a sus besos, a
su ser dentro del mío… siendo de esa forma sólo uno.
Mi hermano es un enfermo.
Bajo ese cabello castaño y esos ojos verdes y sensuales, esa
apariencia de tranquilo y serio adulto, ¡se esconde todo un enfermo!
Y yo también soy un enfermo. Un enfermo loco y atraído por
mi propio hermano, mi primer amante, mi único amante.
Y la enfermedad que ambos padecemos, se llama amor. No
existe cura, no existe remedio que lo mitigue y día a día se vuelve más
intensa.
Porque al fin, ambos entendimos que el amor es algo que no
puede controlarse, simplemente aparece. Y no hay nada más hermoso que sentir
ese sentimiento y ser correspondido.
No hay nada mas hermoso que amar y ser amado.
por Natalia Valverde
Publicado originalmente en la página Estudios Lay, puedes leerlo y visitar aqui el sitio.
por Natalia Valverde
Publicado originalmente en la página Estudios Lay, puedes leerlo y visitar aqui el sitio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario